El “Tío Richie”: ¿Batman o Guasón?

¿Podría Salinas Pliego erigirse como el nuevo líder opositor que México —y su raquítica oposición— ansía? Difícil. Aunque su figura atrae reflectores, no hay movimiento político que se construya desde la cuenta bancaria. No se puede ser libertario con subsidios ni revolucionario con franquicias.

Por: Enrique Hernández Alcazar

Ricardo Salinas Pliego cumple 70 años, pero no los celebra: los proclama. En la Arena Ciudad de México —suya, como casi todo lo que pisa— el magnate que alguna vez presumió ser aliado del presidente López Obrador reapareció con el disfraz de disidente. No es un gesto menor. En un país donde el dinero suele arrodillarse ante el poder, él decidió subirse al escenario, micrófono en mano, para lanzar una amenaza envuelta en promesa: “Puedo pagarle al SAT en diez días”.

Una fanfarronada más, pensarán algunos. Un mensaje político, dirán otros. Un desafío, en realidad.

Porque lo que Salinas intenta no es negociar con Hacienda, sino con la historia. Juega a ser el Bruno Díaz que se cansó de los ladrones en su propia mansión y decidió salir a impartir justicia, pero sin capa ni sentido del bien común. Su versión es más cínica, más mexicana, más de reality show: el millonario que se asume víctima del Estado y convierte su deuda fiscal en espectáculo. No un Batman, sino un Guasón.

El empresario que en 2018 se sentaba a comer con López Obrador y celebraba la “transformación” ahora posa como su némesis. Desde sus canales, su cuenta de X y sus emisarios digitales, impulsa un discurso de resistencia contra el poder político que antes aplaudió. Pero no se trata de ideología. Se trata de revancha. Porque si algo le duele al poder económico mexicano es descubrir que el poder político puede, por primera vez en mucho tiempo, tratarlo como deudor y no como socio.

Claudia Sheinbaum respondió sin rodeos, pero tampoco sin cálculo. No cayó en la trampa del magnate que se victimiza ante el SAT, aunque tampoco rompió del todo el molde. Dijo: “Puede pagar hoy mismo, no necesita ningún acuerdo”. Un golpe bien colocado, pero de guante blanco. Porque el gobierno que hoy le recuerda a Salinas Pliego sus deudas es el mismo que acaricia a otros gigantes empresariales con los que sigue cerrando contratos, concesiones y megaproyectos. En la 4T no hay guerra contra los ricos, sólo contra los que se salen del guion.

El episodio revela más de lo que aparenta. No se trata sólo de impuestos o egos: es la tensión natural entre dos poderes que en México pocas veces se enfrentan de frente. De un lado, el político, que acumula fuerza electoral y legitimidad popular. Del otro, el económico-mediático, que presume independencia pero vive atado a licencias, contratos y concesiones del mismo Estado que dice desafiar. Cuando uno intenta someter al otro, el país tiembla.

¿Podría Salinas Pliego erigirse como el nuevo líder opositor que México —y su raquítica oposición— ansía? Difícil. Su narrativa no inspira causas, sino caprichos. Su “rebeldía” no busca justicia, sino impunidad. Y aunque su figura atrae reflectores, no hay movimiento político que se construya desde la cuenta bancaria. No se puede ser libertario con subsidios ni revolucionario con franquicias.

En el fondo, lo que vemos es un juego de espejos: un empresario que se mira como héroe cuando el reflejo lo devuelve como villano. Un Estado que presume aplicar la ley, pero que sigue eligiendo a quién se la aplica primero. Un país donde la lucha entre poder económico y poder político no es ideológica, sino teatral. Cada uno necesita al otro para sostener su propio relato.

Salinas Pliego quiere ser la voz que desafía al poder, pero su guion tiene más de show que de épica. Y mientras sigue tuiteando desde su mansión su cruzada contra el SAT, el público observa el mismo espectáculo de siempre: los ricos peleando por quién manda más en un país donde los pobres siguen pagando puntualmente sus impuestos.

***

Compartir esta noticia
Enrique Hernández Alcázar

Enrique Hernández Alcázar