*”Juan Gabriel: Debo, Puedo y Quiero es más que una serie: es una invitación a mirar. A mirar al artista, sí, pero sobre todo al hombre…”
Por: Enrique Hernández Alcázar
Desde el primer plano, la serie documental Juan Gabriel: Debo, Puedo y Quiero se planta con una intención clara: no rendir tributo, sino abrir expediente. Dirigida por María José Cuevas y producida por Mezcla, la docuserie no se conforma con la cronología del ídolo; se adentra en la textura del hombre, en los pliegues de Alberto Aguilera Valadez, ese niño de Parácuaro que convirtió la herida en himno y la exclusión en espectáculo.
Los dos primeros episodios que he visto no narran simplemente el ascenso artístico de Juan Gabriel: lo encarnan. Lo hacen desde la periferia, desde la orfandad, desde la cámara casera que registra ensayos, silencios, temblores previos al foco. Hay una poética del backstage que se vuelve columna vertebral: la serie no busca iluminar al ídolo, sino revelar al hombre que aprendió a vivir en penumbra antes de deslumbrar al mundo.
La narrativa, lejos de ser lineal, se permite digresiones que enriquecen el retrato: el México de los años 70 y 80 como contexto cultural, el peso del espectáculo ranchero-pop como molde y frontera, la tensión entre agradar, ser y pertenecer. En ese sentido, este trabajo audiovisual no sólo reconstruye una trayectoria musical, sino que disecciona el país que la hizo posible —y que también la condicionó. Porque Juan Gabriel fue, simultáneamente, el artista que llenó estadios y el sujeto que cargaba con el estigma de su origen humilde y de su contoneo, con la vulnerabilidad del marginado que canta para millones.
Visualmente, el archivo es revelador. Las tomas personales, sencillas y domésticas, contrastan con el exceso del escenario. Y en ese contraste, la serie encuentra su fuerza: la leyenda no se construye sólo en el aplauso, sino en el ensayo, en el error, en la espera. La cámara que parece amateur —mucho material grabado por el propio Juan Gabriel— se convierte en testimonio: el artista registrando su vida, organizando su memoria, dejando pistas para que el olvido no gane.
Pero el mayor acierto está en el tono. No hay santificación ni escarnio. Hay honestidad. Se celebran los triunfos, sí, pero también se exponen las grietas, los vacíos, las contradicciones. “Transformar el dolor en himnos”, dice uno de los comunicados del proyecto. Y eso es lo que vemos: un hombre que canta desde la herida, que convierte la biografía en partitura, que hace de su historia una canción que todos creemos nuestra.
Sin embargo, hay una promesa que aún no se cumple del todo. Los dos primeros episodios insinúan más de lo que revelan. Los testimonios son pertinentes, el archivo es rico, pero queda la sensación de que lo más íntimo —las alianzas rotas, los silencios no dichos, el coste humano de la fama— está por venir. Y esa expectativa funciona como motor narrativo: queremos seguir viendo, queremos saber más.
Para el público que creía conocer al Divo de Juárez, la serie es una revelación. No sólo están las canciones míticas, el vestuario, la gloria. Está también el hombre que se preguntaba “¿y ahora qué?” después del aplauso. El que enfrentaba al mercado, a la industria, al paso del tiempo. Y ese ángulo es el que el periodismo necesita: no sólo el registro, sino la reflexión. No sólo la imagen, sino el contexto.
Si hay algo que señalar, sería el ritmo. Una maravilla de narrativa que alterna espectáculo e intimidad que genera un contraste poderoso, pero a veces abrupto. Mantiene la tensión, privilegia el sonido de las voces y las imágenes personales, privadas, nunca antes vistas. La leyenda se despliega poco a poco, como quien abre un archivo con cuidado, sabiendo que cada documento puede cambiar la historia.
En suma, Juan Gabriel: Debo, Puedo y Quiero es más que una serie: es una invitación a mirar. A mirar al artista, sí, pero sobre todo al hombre. A entender que la canción popular mexicana no es sólo entretenimiento, sino espejo social, crónica emocional, archivo de lo que somos. Para quienes admiramos a Juan Gabriel, es un reencuentro. Para quienes lo desconocen, es una puerta de entrada a una dimensión cultural que sigue latiendo.
Y en tiempos donde la nostalgia convive con la urgencia de sentido, este documental llega como un llamado: a mirar más allá del hit, más allá del mito. A mirar el rostro detrás del escenario, la historia detrás de la leyenda, el ser humano detrás de la voz.
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