Venezuela está desplegando armas, incluidos equipos rusos antiguos, y planea montar una resistencia al estilo guerrillero o generar caos en caso de un ataque aéreo o terrestre de Estados Unidos, según documentos de planificación y fuentes consultadas por la agencia Reuters. El movimiento refleja una admisión tácita de la escasez de personal, armamento y capacidad operativa de las fuerzas armadas venezolanas, en medio de un incremento de tensiones con Washington.
El presidente estadounidense Donald Trump ha sugerido públicamente la posibilidad de operaciones terrestres en Venezuela, afirmando que “la tierra será la siguiente” tras varios ataques contra presuntos barcos narcotraficantes en el Caribe y una creciente presencia militar de Estados Unidos en la región. Aunque posteriormente negó que estuviera considerando incursiones dentro del territorio venezolano, las declaraciones elevaron las alertas en Caracas.

El mandatario venezolano, Nicolás Maduro, en el poder desde 2013, asegura que Trump busca derrocarlo, mientras promete que el pueblo y las fuerzas armadas resistirán cualquier intento de intervención. Seis fuentes consultadas por Reuters indicaron que el ejército venezolano se encuentra debilitado por la falta de entrenamiento, los bajos salarios y el deterioro del equipo militar. Algunos comandantes, incluso, se han visto obligados a negociar con productores locales de alimentos para alimentar a sus tropas debido a la escasez de suministros oficiales.
Ante ese panorama, el gobierno de Maduro habría desarrollado dos estrategias principales de defensa: una “resistencia prolongada” con tácticas guerrilleras y una “anarquización” del territorio urbano. La primera implicaría dividir a las tropas en pequeñas unidades distribuidas en más de 280 zonas del país, encargadas de realizar sabotajes, ataques de oportunidad y acciones de desgaste contra eventuales fuerzas invasoras. La segunda contempla el uso de servicios de inteligencia y grupos civiles armados para generar caos en las calles de Caracas y dificultar el control del país por parte de tropas extranjeras.

Aunque no está claro cuándo podrían activarse estas tácticas, las fuentes coinciden en que ambas serían complementarias. Una fuente cercana al gobierno reconoció que “no duraríamos ni dos horas en una guerra convencional”, mientras que otra vinculada a la defensa señaló que Venezuela no está preparada “para enfrentar a uno de los ejércitos más poderosos y mejor entrenados del mundo”.
Los funcionarios venezolanos han restado importancia públicamente a una posible agresión estadounidense, pero han insistido en su disposición a defender el territorio. “Piensan que con un bombardeo acabarán con todo. ¿Aquí en este país?”, se burló el ministro del Interior, Diosdado Cabello, en una transmisión de la televisión estatal a inicios de noviembre. Por su parte, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, afirmó que “la agresión será respondida con unidad nacional”, destacando los ejercicios militares realizados en todo el país.
Maduro ha mantenido el respaldo de la cúpula militar al seguir la estrategia de Hugo Chávez de otorgar a los oficiales altos cargos gubernamentales y en empresas estatales. Sin embargo, las condiciones de vida de las tropas son precarias. Un soldado raso gana alrededor de 100 dólares mensuales, frente a un costo de vida estimado en 500 dólares, de acuerdo con el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros.

Pese a las limitaciones, el gobierno asegura contar con más de 8 millones de civiles registrados en milicias, aunque fuentes cercanas a la oposición estiman que solo entre 5,000 y 7,000 personas —incluidos miembros de inteligencia, milicianos y simpatizantes armados del partido gobernante— estarían en condiciones reales de participar en acciones de “anarquización”. A ellos se sumarían unos 60,000 efectivos del Ejército y la Guardia Nacional para la llamada “guerra de resistencia”.
El equipo militar de Venezuela, en su mayoría de fabricación rusa con varias décadas de antigüedad, enfrenta serias deficiencias. Entre el armamento se encuentran unos 20 aviones de combate Sukhoi adquiridos en la década de 2000, helicópteros y misiles portátiles Igla-S, además de tanques y lanzamisiles antiaéreos. Sin embargo, fuentes consultadas señalaron que gran parte del material está obsoleto frente a las capacidades tecnológicas estadounidenses.
Maduro ha solicitado a Rusia apoyo para reparar los aviones Sukhoi, actualizar radares y entregar nuevos sistemas de misiles. Moscú declaró recientemente estar dispuesto a asistir a Venezuela, aunque pidió evitar una escalada militar. Según una fuente citada por Reuters, los 5,000 misiles Igla-S ya han sido desplegados, con órdenes de dispersión inmediata en caso de ataque: “Al recibir el primer impacto de los gringos, todas las unidades deben dispersarse y proteger sus armas”.
En una reciente alocución televisiva, Maduro afirmó que los misiles portátiles están distribuidos “en la última montaña, el último pueblo y la última ciudad del territorio”. Documentos de planificación militar fechados entre 2012 y 2022, vistos por Reuters, confirman un enfoque sostenido en estrategias de defensa no convencional contra “agresiones imperialistas”. Uno de los textos, fechado en 2019, detalla tácticas de combate individual, uso de brújulas, orientación con el sol y las estrellas, y empleo de armamento como el rifle de asalto AK-103.
A las preocupaciones sobre la capacidad militar venezolana se suman acusaciones de vínculos entre el gobierno y el narcotráfico. Grupos opositores, organizaciones no gubernamentales y gobiernos extranjeros han señalado al ejército venezolano de colaborar con organizaciones criminales en zonas fronterizas, donde operan guerrillas colombianas y se cultiva coca. Caracas ha negado sistemáticamente esos señalamientos y asegura combatir a los grupos irregulares.
De acuerdo con analistas, el despliegue de material militar y las declaraciones públicas de Maduro podrían buscar enviar un mensaje de advertencia más que demostrar poderío real. Las fuentes consultadas por Reuters concluyen que la apuesta venezolana se basa en la disuasión a través del caos: una advertencia de que cualquier intervención extranjera podría desencadenar una guerra prolongada y desorden generalizado en el país.





