Sí, otra columna más | “Fernandito: el horror que cuesta mil pesos”

Por: Filiberto Cruz Monroy

Hay crímenes que desgarran, pero hay otros que además nos confrontan con lo que somos como sociedad. La historia de Fernandito, un niño de cinco años asesinado por una deuda ridícula de mil pesos en Los Reyes La Paz, es una bofetada a la conciencia colectiva. Es una historia de horror, sí, pero también de abandono, deshumanización y pobreza. Es una tragedia que nunca debió ocurrir, pero que sucedió con la complicidad silenciosa de instituciones dormidas, vecinos indiferentes y un sistema que hace tiempo se quebró.

El 28 de julio, unos prestamistas llegaron al hogar de una madre que les debía mil míseros pesos. No encontraron el pago, pero decidieron llevarse algo más valioso, algo infinitamente más irrecuperable: a Fernandito. “No te lo vamos a regresar hasta que pagues”, le dijeron. Y nadie los detuvo. Ni en ese momento, ni los días siguientes.

La madre tocó puertas. Las municipales, las de los vecinos, incluso las de los mismos captores. Suplicó, buscó, denunció. Pero nada pasó. Nada. Porque la vida de una madre pobre no parece tener el mismo peso que la de otros. Porque la denuncia de una mujer sin recursos no activa alarmas, no provoca urgencia. Porque a veces, simplemente, no importa. Y Fernandito seguía cautivo. Solo. En una casa donde nadie se atrevió a entrar. Encerrado en un cuarto, sin agua, sin comida, con el miedo como único compañero.

Días después, su pequeño cuerpo fue encontrado dentro de un costal. Oculto, descompuesto, irreconocible. La autopsia reveló desnutrición, deshidratación, golpes en el rostro y la cabeza. Fernandito fue asesinado lentamente. Su muerte no fue instantánea. Fue un proceso cruel, silencioso, prolongado. Lo dejaron morir. Lo mataron a golpes y de hambre. Lo torturaron pues.

Pero los prestamistas no fueron los únicos que lo mataron. No. También lo hizo el sistema que ignoró las denuncias. Las autoridades que no actuaron. La policía que no intervino cuando todavía se podía. Los vecinos que callaron, aunque sabían. Todos los que decidieron mirar a otro lado. Todos los que creyeron que no era su problema.

Lo que más duele —además del horror— es la dimensión de la deuda. Mil pesos. Lo que muchos gastan en una comida de fin de semana. Lo que otros llevan en efectivo por “si se ofrece”. Mil pesos. Por esa suma, Fernandito fue secuestrado, torturado, olvidado y asesinado. ¿Cuánto vale la vida de un niño pobre en este país? ¿Mil pesos?

Pero lo que sucedió con Fernandito no es un caso aislado. Es una muestra cruda de lo que significa ser vulnerable en México. Ser pobre, deber dinero, vivir en la periferia, no tener influencias, no conocer a nadie “arriba”. Es vivir sabiendo que si algo te pasa, nadie vendrá a ayudarte. Que si te roban a tu hijo, deberás gritar sola hasta que alguien, tal vez, te escuche.

Es también una historia de deshumanización. De cómo los prestamistas no vieron a un niño, sino a un rehén. De cómo los vecinos no vieron un rescate, sino un riesgo. De cómo el aparato gubernamental no vio una urgencia, sino un trámite más. El mundo moderno, el de los celulares, las redes sociales, los discursos progresistas y los “ni una menos”, se mostró aquí en su versión más hipócrita: la de la apatía generalizada.

Este caso debería estar marcando un antes y un después. Debería sacudir las entrañas del país entero. Pero probablemente no lo hará. Porque Fernandito no tenía apellido famoso, no vivía en una zona de interés político, no era parte de una “causa” con patrocinadores. Era solo un niño de cinco años. Uno más entre miles. Uno menos ahora.

Fernandito murió por mil pesos. Y eso nos retrata de cuerpo entero. Nos muestra como lo que tristemente somos: un país donde el dinero importa más que la vida; donde ser pobre es igual a ser prescindible; donde matar a un niño es posible sin que nadie lo impida. Fernandito tenía cinco años. Cinco. Lo mataron por una deuda de mil pesos. Y nadie llegó a tiempo.

X: @filibertocruz

Compartir esta noticia
Filiberto Cruz

Filiberto Cruz