Septiembre nunca ha sido un mes cualquiera. Es el mes de la patria, de los temblores, de las conmemoraciones y, sí, también de mis propios aniversarios. Todo se mezcla en un calendario que no da tregua: banderas ondeando, sirenas de simulacro, la tierra sacudiéndose, la nostalgia por lo que fuimos y la incertidumbre de lo que seremos. Este septiembre, más que nunca, me atraviesa de principio a fin.
Hace 95 años nació la W. No es un número caprichoso: es la edad de una institución que ha marcado la radio, la conversación pública y también mi vida. La W cumple 95 como testigo sonoro de casi un siglo de historia mexicana: presidentes, dictadores, terremotos, marchas, goles, fraudes, revoluciones y silencios. La radio tiene ese poder extraño de ser compañía y archivo, ruido de fondo y memoria colectiva. Cumplir 95 no es solo sobrevivir: es seguir al aire, seguir latiendo en el oído de miles. Yo, que crecí con ella y ahora la vivo desde adentro, celebro su aniversario como si fuera también mío. Pero también me pregunto: ¿qué significa resistir en un país donde la verdad se disputa a gritos?
Este mes también nos recuerda el terremoto de 1985. Cuarenta años del sismo que cambió a México. Yo era un adolescente cuando la tierra nos enseñó que nadie está a salvo de un derrumbe súbito. Vi edificios colapsados, gente corriendo, vecinos organizándose sin esperar a la autoridad. Vi, sobre todo, la primera gran demostración de que la sociedad mexicana podía salvarse sola. Hoy, cuatro décadas después, la pregunta es incómoda: ¿hemos aprendido algo? Porque seguimos viviendo en un país donde los temblores naturales dejan cicatrices, pero los temblores políticos y la corrupción las hacen eternas. Y eso no se cura con simulacros.
Entre la patria que grita, la radio que resiste y la tierra que tiembla, yo cumplo 50. Medio siglo. Suena fuerte escribirlo. Cincuenta años entre micrófonos y calles, entre columnas y redacciones, entre la celebración y la incomodidad. No sé si me siento viejo o joven: me siento vivo. Y eso, en estos tiempos, ya es una forma de resistencia.

Celebro mi cumpleaños el 26, cuando las calles aún huelen a pólvora del 15 y a flores marchitas del 19. Como si el destino hubiera querido ponerme en medio de todo: ni héroe ni víctima, apenas un periodista que cuenta lo que ve y lo que le toca vivir. La patria, la W, el 85 y mis 50 son capítulos de una misma novela que aún no termina.
Septiembre no es un mes, es un espejo. Refleja lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos ser. Nos recuerda que la vida se celebra incluso cuando tiembla. Y que cumplir años, décadas o siglos —ya sea un país, una estación de radio o un hombre— es la forma más simple y más compleja de resistir.





