La política mexicana alcanzó esta semana un nuevo clímax de decadencia. No fue en la tribuna del Senado, sino en el escenario paralelo donde los reflectores se alimentan del ridículo.
Alejandro “Alito” Moreno, dirigente nacional del PRI, quiso soltarle un puñetazo a Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva, en pleno recinto legislativo. Y el respetable, es decir, el país entero, vio el zipizape como si fuera parte de un sketch mal ensayado de “La Carabina de Ambrosio”.
Lo curioso es que, mientras los senadores convertían la Cámara en ring de lucha libre, a unas cuadras de ahí, en el Foro Lucerna, se presenta una obra que parece escrita para describirlos: Zanahorias, del dramaturgo español Antonio Zancada, dirigida en México por Noemí Espinosa. Una sátira que desnuda con humor corrosivo lo que llamamos la doble moral: las ansias de pertenecer, de trepar, de tener poder aunque sea de utilería.
La obra transcurre en un reino ficticio, Puritania, en el siglo XVIII. Ahí, un grupo de nobles decadentes se encierra en una casa de juegos secreta para competir y demostrar quién es el más depravado del reino. No hay escrúpulos, no hay límites: solo máscaras de virtud que se caen a pedazos. Uno no puede evitar pensar en los modernos puritanos de la política mexicana: esos que en el día se visten de defensores de la patria, y en la noche se hunden en sus casas de doce millones de pesos, sus cenas de cuarenta mil yenes o sus pactos inconfesables con el poder de turno.
Zanahorias no pretende retratar a México. Pero como toda buena comedia, alcanza la universalidad del espejo: nos refleja aunque no queramos. Puritania es aquí. Es ahora. Y la casa de juegos bien podría ser el Senado, convertido en casino de pasiones donde se apuesta la dignidad al mejor postor.

Lo más doloroso no es el pleito de Alito y Noroña, dos veteranos del insulto y la descalificación. Lo doloroso es la normalización de la degradación. Que la discusión pública se reduzca a ver quién empuja más fuerte, quién grita más alto, quién se victimiza primero. Que ya nadie hable de ideas, proyectos o propuestas, sino de linchamientos, madruguetes y espectáculos de tercera.
El teatro, paradójicamente, nos devuelve la seriedad que la política perdió. Porque mientras los actores de Zanahorias interpretan con oficio la decadencia ficticia de Puritania, los políticos la representan de manera involuntaria, sin guion, sin director, sin talento. Y ahí radica la tragedia: el país queda atrapado entre la farsa escénica y la farsa institucional.
Quizá deberíamos invitar a los senadores al Foro Lucerna. A ver si, frente a un espejo bien montado, descubren lo grotesco de su propio reflejo. Aunque sospecho que ni así. Para quienes han hecho de la política un espectáculo obsceno, la moraleja nunca importa. Lo único que cuenta es seguir jugando en esa casa secreta donde se disputa, entre carcajadas y golpes bajos, quién es el más depravado del reino.
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Si son más amantes del teatro profesional que de los dramas políticos:
ZANAHORIAS
🗓️ Lunes y martes 20:30 hrs.
📍 Foro Lucerna (Lucerna 64, Juárez, CDMX)
⚠️ Hasta el 28 de octubre
💲 Boletos: $500.00