Pornocracia | ¿PAN con lo mismo?

*Romero Herrera prometió el fin de semana un “nuevo PAN” más ciudadano, más fuerte, más competitivo; pero lo que ofrece, en realidad, es la reedición de la misma estructura clientelar que hundió al partido entre 2012 y 2024.

Por: Enrique Hernández Alcázar

El Partido Acción Nacional intenta reinventarse. Otra vez. Cada cierto tiempo, el PAN se mira al espejo, se alinea el copete, plancha sus valores y anuncia un “relanzamiento”. Pero el reflejo no cambia: sigue siendo el mismo partido de clase media asustada, de misa dominical y discursos de pureza moral que no alcanzan para ganar una elección ni para inspirar un país.

Ahora el timón lo tiene Jorge Romero Herrera, flamante presidente nacional del PAN y señalado por el morenismo y la propia presidenta Sheinbaum como operador del llamado cártel inmobiliario en la Ciudad de México. El ascenso de Romero es el mejor retrato del panismo actual: un partido que habla de ética pública mientras sus cuadros navegan entre el cinismo y la simulación.

Romero Herrera prometió el fin de semana un “nuevo PAN” más ciudadano, más fuerte, más competitivo; pero lo que ofrece, en realidad, es la reedición de la misma estructura clientelar que hundió al partido entre 2012 y 2024.

El PAN nació como contrapeso moral del poder y terminó convertido en su espejo azul. Gobernó, sí, pero sin transformar. Se volvió rehén de su propia retórica, incapaz de comprender a un país que cambió mientras ellos rezaban por su alma. En 2024 fueron barridos en urnas que alguna vez dominaron; hoy buscan reconstruirse sin admitir el fondo del colapso: no es la falta de marketing, es la falta de sentido.

El “relanzamiento” luce como un remake de sí mismo: conferencias de prensa, comités, fotos con banderines y una narrativa de “unidad” que se desmorona al primer tuit cruzado entre gobernadores y dirigentes. Se habla de oposición, pero no de propósito. De alianzas, pero no de ideas. De refundación, pero sin refundar nada.

El PAN no entiende que México ya no busca santos patronos ni administradores decentes. Busca futuro, empatía, coherencia. Y ellos siguen ofreciendo nostalgia: Fox, Calderón, Lilly Téllez, Santiago Creel, Damián Zepeda. Nombres que evocan una derecha de museo, incapaz de conectar con los jóvenes, con las mujeres, con las calles donde la gente ya no reza, resiste.

La ironía es que su mayor enemigo no es Morena ni López Obrador. Es su propio pasado. Su incapacidad para hablar el lenguaje del siglo XXI: derechos, diversidad, economía digital, justicia climática. Cada intento de relanzamiento suena a casete rayado que repite “orden, familia, trabajo” mientras el país se le escapa por el WiFi.

El PAN podría ser una derecha moderna, democrática, audaz. Podría ser el contrapeso ético y racional que equilibre los excesos del poder. Pero para eso tendría que hacer lo que más teme: romper con su zona de confort, soltar a los de siempre, abrir espacio a otras voces.

Mientras tanto, su relanzamiento huele a pan recalentado. Y todos sabemos que el pan duro ya no se vende.

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Enrique Hernández Alcázar

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