Pornocracia | “La corrupción mata”

En Iztapalapa no explotó solo una pipa de gas LP. Explotó también la negligencia, el vacío de autoridad y ese combustible invisible que se llama corrupción.

El dato es brutal: la pipa transportaba más de 49 mil litros de gas. Se volcó y estalló como un infierno sobre ruedas. Hasta ahí, una tragedia más que pudo evitarse. Pero lo verdaderamente incendiario vino después: la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA) informó que el vehículo no tenía permiso vigente ni seguro contra accidentes.

El comunicado oficial apunta a Transportadora Silza, parte de Grupo Tomza, quien asegura que “se han activado las 3 pólizas de seguro con las que cuenta el tracto camión involucrado, para hacer frente de manera oportuna a las necesidades que requiere este caso”.

¿A quién le creemos? ¿A la empresa propietaria del tractocamión o a la agencia que supuestamente vigila antes de que ocurra?

Que quede claro: no fue por “transparencia” que se reveló, fue la explosión. Si esa mole de acero cargada de combustible no se hubiera volteado y explotado, seguiría rodando por la Ciudad de México como si nada.

¿Cuántas invisibles bombas rodantes más circulan así amparadas por la corrupción?

Porque sí, la ASEA hace su chamba al informar y aclarar los tecnicismos. Pero la pregunta que quema es otra: ¿quién dejó que una pipa sin seguro ni permiso circulara por las calles más pobladas del país? ¿Quién cerró los ojos en el retén, en la ventanilla, en la oficina donde debía revisarse ese papeleo?

Y mientras tanto, los vecinos de Iztapalapa recogen escombros, entierran a sus muertos y preguntan lo que todos deberíamos gritar: ¿Quién permitió esto?

Lo cierto es que este país está lleno de pipas sin permiso, de tráileres sin frenos, de edificios sin cimientos… y de funcionarios sin vergüenza.

Y ahí está la clave: los grandes consorcios del gas operan bajo un sistema permisivo que se vuelve una puerta giratoria de favores, moches y omisiones. La póliza caducó en junio. La solicitud fue rechazada. Y, sin embargo, el semirremolque estaba cargando gas en septiembre.

La corrupción mata. Y lo hace a la mexicana: con trámites omitidos, permisos vencidos, aseguradoras fantasmas y funcionarios que miran hacia otro lado mientras cobran su “gasolina extra”. Lo único que no caduca es la impunidad.

En Iztapalapa hubo fuego, humo y muertes. Pero lo que de verdad arde es la certeza de que detrás de cada pipa que explota hay un expediente, una firma y una mordida. Y que mientras nadie responda a la pregunta ¿quién dejó que circulara así?, la próxima explosión ya está cargando litros en alguna terminal.

Esto no huele a gas… huele a corrupción.

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Enrique Hernández Alcázar

Enrique Hernández Alcázar