Pornocracia | “El país que mató a Debanhi”

Debanhi Escobar tenía 18 años. Estudiaba Derecho. Quería comerse el mundo. La madrugada del 9 de abril de 2022 desapareció en Escobedo, Nuevo León, después de haber sido abandonada en una carretera por un taxista. Trece días más tarde su cuerpo sin vida apareció en la cisterna de un motel. Desde entonces, su rostro quedó tatuado en la memoria colectiva: la foto de una adolescente parada sola al borde de la nada, esperando a alguien que nunca llegó.

La historia de Debanhi es la historia de miles. En México asesinan a once mujeres todos los días. Once. Y en el 98 por ciento de los casos no hay justicia. La ecuación es brutal: se mata a las mujeres y el sistema las mata otra vez, con la indiferencia y con la impunidad. El feminicidio de Debanhi no fue la excepción, fue la confirmación. Una radiografía del país que somos.

Durante días, el país entero siguió su búsqueda. Cada nota, cada tuit, cada transmisión en vivo alimentaron un clamor social que contrastaba con la ineptitud de las autoridades. La fiscalía de Nuevo León aseguró primero una cosa y luego la contraria: accidente, caída, versiones absurdas diseñadas más para encubrir que para esclarecer. Los peritajes se multiplicaron, las versiones oficiales se contradecían, la indignación crecía. Y al final, nada: ningún responsable detenido, ninguna verdad judicial.

El caso de Debanhi expuso todas las fallas de un sistema: autoridades que filtran hipótesis como si fueran verdades, medios que convierten el dolor en espectáculo, una sociedad que consume la tragedia sin el menor asombro. Pero detrás del morbo y de las inconsistencias está lo esencial: una joven asesinada y unos padres que se negaron a callar. Mario Escobar y Dolores Bazaldúa, sus padres, hicieron lo que el Estado no hizo: investigar, preguntar, presionar, exhibir.

Han pasado tres años y cinco meses. La Fiscalía General de la República atrajo el caso, pero ni siquiera lo ha catalogado como feminicidio. Tres años después, seguimos en el vacío: los padres siguen buscando, los colectivos feministas siguen marchando, la sociedad sigue exigiendo. ¿Y el Estado? El Estado sigue debiendo.

Debanhi no es un expediente, es un símbolo. Es el rostro de todas las que faltan. Es la prueba brutal de que en México ser mujer significa vivir con miedo, caminar con la certeza de que, si te pasa algo, la justicia no llegará. El país entero vio la foto de Debanhi al borde de la carretera. Y en esa foto, si la miramos de frente, estamos todos.

El estreno de un documental sobre su caso no es un detalle menor. ‘Debanhi: ¿Quién mató a nuestra hija?´ llega hoy a la pantalla de HBO Max. Una producción de cuatro episodios con testimonios inéditos, materiales nunca antes vistos y, sobre todo, la voz de sus padres: un grito convertido en memoria audiovisual.

No es entretenimiento: es denuncia. No es una serie más: es un espejo de un país donde la violencia contra las mujeres es rutina y la impunidad es sistema. Verlo no significa recordar a Debanhi: significa recordarnos que mientras no haya justicia, mientras no cambie nada, el país entero carga con la culpa.

Debanhi fue hija, fue estudiante, fue amiga. Y hoy es símbolo. Su nombre nos persigue porque debería hacerlo: para que ninguna otra familia entierre a su hija sin respuestas. Para que no haya otra Debanhi, ni otra foto al borde de una carretera que nos recuerde, otra vez, el país que somos.

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Enrique Hernández Alcázar

Enrique Hernández Alcázar