Marcial Maciel es el escándalo fundacional de la pederastia clerical en México. Y, al mismo tiempo, el monstruo que supo disfrazarse de santo, visionario, víctima, mártir y fundador de un imperio religioso.
La serie “Marcial Maciel: el lobo de Dios”, que estrena HBO Max este 14 de agosto, no es una simple crónica de abusos. Es una autopsia audiovisual del silencio, la complicidad y el encubrimiento sistemático que la Iglesia católica —desde Roma hasta Cotija— convirtió en política institucional.
Vi los dos primeros episodios y todavía me arde el estómago. No porque desconociera la historia, sino porque está contada con una frialdad quirúrgica. Sin aspavientos, sin dramatización innecesaria. Porque da voz a sus víctimas, quienes valientemente escarban en su propio dolor para sanar la herida y advertir al resto del mundo sobre las prácticas dentro de la congregación de Los Legionarios de Cristo y el movimiento Regnum Christi. Eso la hace más brutal.
Aquí no hay ángeles ni redentores. Hay víctimas rotas. Hay un criminal que usó a Dios como coartada. Y hay una institución que lo supo todo y no hizo nada. Hasta que no pudo seguir ocultándolo.
La serie, producida por la división Originals de HBO Max, hace lo que durante décadas nadie se atrevió a hacer en televisión abierta: desnudar el sistema corrupto que sostuvo al fundador de los Legionarios de Cristo como un “modelo de santidad” mientras violaba niños, drogaba seminaristas, tenía varias identidades y —para colmo— fundó familias secretas con sus propios hijos, a quienes también violentó sexualmente.
Maciel no era un “caso aislado”. Era el prototipo. El lobo con sotana. Y lo que esta docuserie plantea con fuerza es que su caso no fue un accidente sino una consecuencia.
En los primeros dos capítulos se reconstruye —con una mezcla precisa de testimonios, archivos y una línea narrativa muy bien editada— el ascenso meteórico de Maciel desde los años 40 del siglo pasado, la fundación de los Legionarios en plena posguerra, el encanto casi hipnótico que ejercía sobre los poderosos y las primeras denuncias que brotaron desde hace 75 años (y no hasta 1997 como muchos creen).
Y todas, sistemáticamente todas, fueron silenciadas.

El Vaticano protegió a Marcial Maciel. El Papa Juan Pablo II lo bendijo y abrazó bajo su manto de poder. Los empresarios mexicanos le abrieron la chequera. El PAN de los años dosmiles lo abrazó como guía espiritual. El PRI de los años ochenta y noventa le dio impunidad.
Pero no contaban con el periodismo. Con las investigaciones excepcionales -por que fueron excepción a la regla- de Carmen Aristegui, Ciro Gómez Leyva (en CNI 40) o Jason Berry. Y más tarde, con las de Bernardo Barranco, Raúl Olmos y el gran Emiliano Ruiz Parra. Las voces de Aristegui, Berry, Olmos y Parra son fundamentales en los dos primeros capítulos.
Ver esta serie es también un espejo. Porque la historia de Maciel es la historia de un país que calló, que aplaudió, que obedeció. La historia de una prensa muchas veces amordazada. De un sistema educativo penetrado por la ideología legionario-empresarial. Y de una élite que sigue, aún hoy, clamando “prudencia” para no “manchar a la Iglesia”.
El país de la doble moral, pues.
Hay una escena brutal en el segundo episodio: un exlegionario describe cómo, siendo adolescente, fue drogado por Maciel y abusado. Su superior se le acercó y le susurró al oído: “Dios sabe que tú y yo tenemos una misión especial”. El abuso como parte del dogma. El dolor como doctrina. La culpa como chantaje celestial.
Este extraordinario trabajo audiovisual dirigido por Matías Gueilburt, producido por Sebastián Gamba, escrito por Nicolás Gueilburt, con la realización de Ánima Films, consta de cuatro episodios de una hora de duración cada una.
“Marcial Maciel: el lobo de Dios” no busca escandalizar. Busca que nos preguntemos cuántos padres Maciel siguen vivos, protegidos y operando blindados por una estructura que pese a todo sigue intacta. Y lo peor: ¿cuántos corderitos de Dios siguen en grave peligro?
Ojalá que esta serie no se quede en trending topic de estreno y que se convierta en punto de quiebre. Porque si después de ver esto no nos indigna, no nos mueve, no nos lleva a exigir justicia, entonces Maciel no fue un lobo solitario. Somos el rebaño entero.