Pornocracia | “Cuando el Mayo canta”

Mayiza en Nueva York: Ismael Zambada se declaró culpable de delitos graves por narcotráfico. Sí, en la misma corte de Brooklyn en la que cayeron ‘El Chapo’ y García Luna. Lo verdaderamente incómodo es que ‘El Mayo’ le dio un guiño a la justicia gabacha —quizá para reducir su pena, que ya no será la pena de muerte—. Lo que confesó no fue menor: dirigir una red criminal que traficó más de 1.5 millones de kilos de cocaína, ordenar miles de asesinatos y —detalle incómodo— sobornar a políticos, militares y policías mexicanos durante décadas para lograr sus fines.

Como si no nos lo hubiéramos imaginado 100 millones de mentes en este lado de la frontera. Eso que parecía una novela de narcocorridos ya se convirtió en un expediente judicial. Y no cualquier expediente. Hasta la corte de NY llegó Pam Bondi, la fiscal trumpista, enviada especial del ajedrez político de Washington. En vivo y a todo color, Bondi cantó victoria tras la audiencia de Zambada y advirtió que pasará el resto de sus días tras las rejas.

Algo grande hay detrás como para que Estados Unidos sacara las piezas pesadas justo para el caso Zambada. La reacción del gobierno trumpista no fue igual en el caso de Ovidio Guzmán, hijo del ‘Chapo’, quien también se declaró culpable en Chicago. El peso pesado, sin duda, es ‘El Mayo’.

La pregunta es obligada: ¿alguien debe estar nervioso en Palacio Nacional? ¿AMLO, Andy, los operadores morenistas que durante años juraron estar limpios de polvo y coca? ¿Qué pensará Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, cuando la geografía política coincide con la del narco?

El timing es cruel: el Mayo se declara culpable justo cuando la 4T insiste en proclamarse moralmente superior a los corruptos del pasado. Pero la realidad es testaruda: si en los noventa Conasupo fue un agujero negro de corrupción, hoy Segalmex lo fue también. Y si ayer García Luna se hundió en tribunales gringos por sus nexos con el narco, hoy el eco puede tocar a quienes se llenaron la boca repitiendo “nosotros no somos iguales”.

¿Qué dirán ahora los que celebraban cada testimonio de criminales confesos en cortes estadounidenses? Aquellos que coreaban el “culpable” contra García Luna y lo usaban como evidencia de la putrefacción del PRIAN. ¿Ahora que es un capo de Sinaloa el que declara haber sobornado a políticos en turno, seguirán diciendo que la palabra de un narco es oro puro? Quizá se aventarán otra maroma discursiva: son narcos, sí, son corruptos, sí, pero son nuestros narcos y nuestros corruptos.

La memoria es corta. En menos de un sexenio se invirtieron los papeles. El gobierno que explotó hasta el cansancio la caída de García Luna podría ser alcanzado por la misma narrativa. El tribunal de Brooklyn es democrático en su perversión: igual arrastra a secretarios panistas que a hijos presidenciales o gobernadores morenistas. Y ahí no valen las conferencias mañaneras ni los editoriales de medios afines al obradorato. Ahí, los fiscales no se callan y los capos cantan.

Con la salvedad, claro, de que también se investigue a los cárteles de adentro, a los cárteles gringos.

Lo de Pam Bondi no fue un gesto menor: es un recordatorio de que el narcotráfico mexicano sigue siendo un asunto de seguridad nacional para Estados Unidos. Y Trump, que huele votos donde sea, usará el caso como misil político: “los mexicanos sobornan a sus políticos, y nosotros los exhibimos en cortes gringas”. Si en 2020 fue el show con García Luna, en 2025 puede ser el Mayo el que sirva para revivir la retórica del muro, la invasión “antinarco” y la militarización fronteriza.

El cinismo es contagioso. Al final, lo que veremos será un duelo de hipocresías: los de antes defendiendo a sus Garcías Lunas, los de ahora justificando a sus Rochas Mayos. La diferencia es mínima. El narco no vota, invierte. Y lo hace donde hay retorno: sea azul, guinda o tricolor. La obscenidad, total.

Porque lo que revela la confesión de Zambada es que la narcopolítica no distingue colores partidistas: reparte dinero, favores y silencios en todos los niveles sin importar el membrete al mando.

Zambada también pidió perdón en Brooklyn. Dijo que reconoce el daño cometido. Pero su confesión no es redención. Es una bomba política. Y mientras en México los voceros del oficialismo lo minimizan, en Estados Unidos lo celebran como una victoria judicial. ¿Será que allá entienden mejor lo que significa que el capo más longevo de nuestro país admita haber financiado al Estado mexicano?

Más que nerviosos, deberían sentirse exhibidos.

La sentencia llegará en enero de 2026. Pero el juicio moral ya empezó. Y no se libra en tribunales, sino en la conciencia pública. ¿Quién se atreverá a mirar de frente lo que El Mayo reveló? ¿Quién se atreverá a decir que no sabía?

Porque la pornocracia del narco no es ficción ni metáfora: es la obscenidad misma del poder. Y cada vez que un capo confiesa en Brooklyn, el espejo se coloca frente a nuestra clase política.

Y ahí, totalmente desnudos, todos terminan pareciéndose.

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Enrique Hernández Alcázar

Enrique Hernández Alcázar