Pornocracia | “Alito, opositor de cuarta”

Alejandro Moreno, alias “Alito”, decidió que la política mexicana necesitaba su propio episodio de La Rosa de Guadalupe. Hoy, en el Senado, se lanzó como si estuviera en una arena de barrio contra Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva. Sí, leyó bien: el líder nacional del PRI, supuesto baluarte de la oposición, acabó manoteando e intentando golpear al presidente del Senado, como si la democracia se defendiera a codazos.

La escena es una joya tragicómica. Ahí estaba Noroña, el eterno gritón convertido en árbitro institucional, y enfrente Alito, el dirigente de un partido que alguna vez gobernó el país durante siete décadas, reducido ahora a un aspirante a luchador de segunda. Empujones, gritos, cámaras grabando… y la imagen que quedará para la historia: el “líder” opositor descontrolado, incapaz de articular más que insultos y aspavientos.

La pregunta es inevitable: ¿este es el dirigente que quiere resucitar a la oposición desde sus cenizas? ¿El mismo que promete levantar al PRI, cuando no puede levantar ni la voz sin terminar en una trifulca? Si Alito es la carta fuerte, más que una estrategia parecen tener un sketch de Comedy Central.

Pero ojo: detrás del show siempre hay cálculo. Mientras hablamos del manazo frustrado y del circo parlamentario, dejamos de hablar de lo incómodo: la casita de 12 millones de pesos en Las Lomas. Esa residencia que no se paga con dietas legislativas ni con discursos encendidos. Esa mansión que Alito quiere borrar de la conversación a punta de escándalo. ¿Y qué mejor que armar un pleito con Noroña para que las portadas se llenen de golpes y no de escrituras?

El episodio es casi una metáfora perfecta del PRI actual: ruido, manotazos, espectáculo. El viejo partido de Estado convertido en una botarga que sobrevive generando trending topics, incapaz de dar un debate serio. Lo que alguna vez fue maquinaria política hoy es pura ocurrencia: un líder que confunde la oposición con la pelea callejera.

Y mientras tanto, la oposición como tal —esa que sueña con volver a gobernar— queda retratada. Si su “estratega” es un político que cree que la fuerza está en el puño y no en el argumento, entonces ya entendimos por qué Morena gana elecciones con los ojos cerrados.

Lo que resulta más obsceno es el contexto. Un país desbordado de violencia real, con homicidios y desapariciones todos los días, y suponen que es buena idea exportar esa violencia a la política institucional. Ver al presidente del PRI convertido en peleador improvisado, frente al presidente del Senado, no es solo ridículo: es una ofensa.

Alito, claro, intentará venderlo como valentía, como dignidad. Que si defendía al partido, a la democracia, al pueblo. Pamplinas. Lo que defendía era el reflector, la nota viral, el desvío de atención. Porque para explicar de dónde salieron los millones de su casa, no alcanza con manotazos.

Así que ahí lo tienen: el dirigente nacional de la oposición convertido en meme de sí mismo. Un político que se promociona como líder, pero que cada vez que abre la boca o suelta la mano, le recuerda al país que no da la talla.

La pregunta no es si Alito golpeó o no a Noroña. La pregunta es: ¿qué tanto más nos van a golpear a nosotros con esta oposición de utilería, que no ofrece alternativa sino puro circo?

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Enrique Hernández Alcázar

Enrique Hernández Alcázar