Por: Enrique Hernández Alcázar
Como Hamlet frente al abismo, la pregunta shakespeariana nos carcome. Y este domingo podría cobrar un matiz aun más perverso.
La elección que se viene ha sido propagandeada y vitoreada por la 4T y sus afines como un parteaguas del Poder Judicial, su purificación, su tránsito del lado oscuro de la fuerza a la transparencia plena y la justicia total.
Pero como suele ocurrir en esta tragicomedia nacional, cuando subieron el telón de la reforma -coronada por un Yunes- para su estreno, aparecieron sobre las tablas una obra mal escrita, peor actuada y con los mismos protagonistas de siempre.
Porque esta elección no surgió de un consenso ciudadano ni de una exigencia colectiva por reformar la justicia. No. El origen de esta trama se gestó en la frustración personal de un solo hombre. La Reforma Judicial y la elección del domingo se llaman Andrés Manuel y se apellidan López Obrador. Fue él quien, tras años de chocar con jueces que frenaban sus reformas y sus obras, decidió cambiar las reglas del juego. Un ajuste de cuentas disfrazado de participación ciudadana.

El proyecto pretende que el pueblo “elija” directamente a ministras, ministros, juezas, jueces magistradas y magistrados. Pero el casting de candidatos cuenta otra historia. Muchas de las postulaciones -más de un centenar- llegan palomeadas desde el escritorio de Arturo Zaldívar, el exministro favorito de AMLO que hoy no está ya tan cerca de Sheinbaum pero que sigue operando políticamente para Morena y para sí mismo. La misma mano que impulsó una ampliación inconstitucional de su mandato como presidente de la SCJN y que ahora impulsa perfiles que le son leales o convenientes.
Y lo más grave: entre las candidaturas hay aspirantes con denuncias por acoso, conflictos de interés, nexos con el crimen organizado y un largo etcétera de cuestionamientos legales. Algunos han sido señalados por filtrar expedientes, otros por manipular procesos judiciales. Hay exfuncionarios reciclados, operadores políticos camuflados y hasta personajes que han defendido a cárteles del narcotráfico en juicios federales. Y lo que menos hay, aunque se intente negar, es independencia y autonomía.
¿Votar o no votar? Es la pregunta que cala, que incomoda, que angustia. Ninguna de las dos opciones entre interrogaciones nos ofrece certezas. Votar, en este contexto, puede ser interpretado como convalidación de un proceso amañado. No votar, puede dejar el campo libre para que se imponga la línea del poder. En ambos casos, el ciudadano queda atrapado entre la trampa de la simulación y el vacío de la resignación.
Nos llaman a las urnas para elegir a quienes impartirán justicia, pero ¿realmente decidiremos algo o seremos simples testigos de un simulacro cuyo guion ya está dictado por los partidos, los pactos en la sombra y los intereses?
Lo realmente cierto -aunque moleste- es que esta elección no resolverá los males crónicos de la justicia mexicana. Ni la corrupción estructural. Ni la impunidad galopante. Ni la politización de las sentencias. Ni la falta de independencia y autonomía reales.
No basta con depositar un voto en la urna, hay que transformar de raíz al sistema de impartición de justicia del país. Sí, se necesitaba una reforma profunda. Sí. Pero no esta reforma surgida del apetito de venganza con careta democrática.

¿Votar o no votar? El dilema persiste. Votar puede ser una forma de resistencia, un acto de esperanza, o simplemente una manera de no dejar el campo libre a quienes apuestan por el control total de los tres Poderes de la Unión. No votar puede ser una forma de protesta, un grito de inconformidad o la resignación tácita ante el cinismo del sistema.
Este domingo quizá no decidamos el futuro de la justicia en México. Pero se puede dejar en claro que no nos vamos a aplaudirle a una obra sin cuestionar su guion. ¿Votar o no votar? Lo verdaderamente urgente es no dejar de cuestionar, no dejar de debatir, no dejar de exigir. Porque mientras alguien se siga haciendo esa pregunta, sabremos que la democracia -fragilmente- todavía respira.
Foto de portada: Crisanta Espinosa Aguilar, Cuartoscuro