Por: Enrique Hernández Alcázar
Hernán Bermúdez Requena no es el escándalo. Es el distractor. El trofeo judicial que Morena necesita exhibir para deslindarse del hedor que dejó su paso por Tabasco. Un exjefe de Seguridad con vínculos al Cártel Jalisco Nueva Generación, señalado desde 2021 por el propio Centro Nacional de Inteligencia como operador criminal, a quien mantuvieron en el cargo hasta 2024 y que hoy carga una ficha roja de Interpol sobre la espalda.
La pregunta no es si alguien sabía. Es quién va a fingir que no sabía. Quiénes se lo van a callar todo. Porque ya lo hicieron.
Según información publicada por el periodista José Luis Montenegro, Adán Augusto López —exgobernador de Tabasco— fue informado desde octubre de 2021 sobre la “doble cachucha” de Bermúdez. Ni más ni menos cuando era Secretario de Gobernación. ¿Y cuál fue su reacción? Omitir, ignorar, soslayar el reporte que involucraba con ‘La Barredora’ a quien él mismo nombró como secretario de Seguridad Pública estatal y a que conocía desde finales de los años 90 del siglo pasado.
Con Bermúdez fugado, señalado y bajo la lupa internacional, la maquinaria institucional prepara el sacrificio público. Van a dejar que caiga todo el peso del Estado sobre él. ¿Por qué? Porque así le salvan el pellejo a Adán Augusto, al “amigo, hermano del alma” de López Obrador. Y de paso a su sucesor Carlos Merino, su delfín tabasqueño y de los pocos huesos que le dieron a elegir como derrotado aspirante presidencial en el gobierno de Sheinbaum: su director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares.
Estamos viendo el clásico montaje gubernamental mexicano: encontrar un culpable útil, desechable y menos costoso políticamente para blindar a los verdaderos responsables. Se lavan las manos unos a otros.
No hizo nada Adán Augusto a pesar de los informes del CNI. Tampoco hizo nada Andrés Manuel, a quien también se le reportaron los hallazgos. Ayer, en entrevista para W Radio, Luisa María Alcalde, presidenta nacional de Morena y sucesora de López Hernández en Gobernación, me dijo que cuando era la número dos del país “no, no supe ni tuve conocimiento. En todo caso, le toca hoy a la Fiscalía investigar el caso”.
El discurso oficial repite: “No somos tapadera de nadie”. ¿Seguros? Porque la línea de tiempo institucional —de la Sedena al CNI, pasando por Gobernación y Palacio Nacional— sugiere otra cosa. Sugiere que la corrupción no sólo se esconde en el dinero. También se infiltra en los silencios.
Este caso no es sólo sobre seguridad pública. Es sobre el modelo de simulación que se repite sexenio tras sexenio. Sobre el chivo expiatorio que el poder necesita para parecer decente. Si Morena quiere sostener su narrativa de transformación, tendrá que aceptar que el maquillaje institucional ya no cubre el rostro de la impunidad.
Si Luisa María Alcalde aspira a liderar una nueva etapa política, tendrá que demostrar que no es parte de esa vieja coreografía que está empezando bailar. Porque en México, los escándalos no se disuelven con declaraciones. Se enfrentan con decisiones, con hechos y con la verdad, aunque incomode. Aunque duela.¿Irán contra Adán Augusto y Merino? ¿O lo que estamos viendo es apenas el arranque de la operación “Poncio Pilatos” diseñada para exonerar a los tabasqueños de cúpula? Veremos.
