Opinión | México Gentrificado

Por Enrique Hernández Alcázar

Clara Brugada se pronunció este fin de semana en contra de la gentrificación en la Ciudad de México. Hay que reconocerle el gesto. No todos los días un gobierno dice estar en contra de un proceso que lo beneficia económicamente y al mismo tiempo despoja políticamente a quienes deberían ser prioridad: sus habitantes.

Su comunicado, redactado como si acabara de descubrir que la Condesa y la Roma ya no son colonias sino escaparates de rentas por Apps, y franquicias de flat white con nombres impronunciables, fue más bien una pieza diplomática: “Sí al derecho a la vivienda digna, no a la violencia en manifestaciones ni al racismo o xenofobia”. Todo bien, hasta que uno recuerda quién abrió esa puerta y puso la alfombra roja.

En 2022, la presidenta Claudia Sheinbaum —entonces jefa de Gobierno— firmó un acuerdo con Airbnb y la UNESCO para convertir a la Ciudad de México en la capital del turismo creativo. Lo dijo con orgullo: más nómadas digitales, más derrama económica, más visibilidad global. Lo que no dijo es que detrás del turismo creativo venía el despojo sistemático de vecinas y vecinos, el aumento exponencial de rentas, la transformación del espacio público en escenografía para Instagram y el éxodo silencioso de quienes ya no pueden pagar su propia ciudad.

La gentrificación no ocurre a pesar del gobierno, sino gracias a él. Es una política de Estado que convierte el derecho a la vivienda en un privilegio para quien puede pagarla en dólares. Se vende como progreso, pero se siente como desplazamiento. Se anuncia con emojis de bicicletas, cafeterías de especialidad y perros con pañuelo, pero se impone con desalojos, remodelaciones que sacan a los de siempre y patrullas que espantan a los que estorban en la postal. En lugar de vivienda, lo que se produce es renta para plataformas que ni siquiera pagan impuestos aquí.

El viernes, durante la súbita marcha ‘contra la gentrificación’ en las colonias Roma-Condesa, un grupo de encapuchados —presuntamente un grupo de choque— reventó la protesta con actos vandálicos. Los medios hablaron de disturbios, de cristales rotos, de violencia sin sentido. Pero casi nadie habló del fondo: de la rabia acumulada por años, del desdén institucional, del hartazgo de no poder vivir donde naciste porque tu salario no compite con un programador freelance de Berlín.

Por supuesto que la violencia no se justifica. Pero tampoco se puede reducir esta conversación a si fue “radicalismo” o “racismo inverso” —esa categoría tan útil para quienes nunca han sido discriminados por su acento, su piel o su ropa. Lo verdaderamente radical es querer vivir en tu ciudad sin tener que mudarte a Iztapalapa, Ecatepec o Querétaro porque la renta en la colonia donde creciste se fue al triple gracias a la “innovación” y al “turismo de experiencias”.

El desalojo silencioso no es solo una tragedia urbana: es una violación sistemática al derecho humano a la vivienda, tolerada —y a veces orquestada— por quienes deberían garantizarlo. Y no se limita a Roma-Condesa. El modelo se replica en la Juárez, el Centro Histórico, Coyoacán, y se exporta a Mérida, Oaxaca, San Cristóbal. Mientras los barrios pierden habitantes, Airbnb gana acciones. La gentrificación no es una consecuencia del mercado: es una estrategia de ciudad, una política pública disfrazada de modernización.

Ahora Clara Brugada dice que se opone a la gentrificación. Bienvenida al debate. Ojalá no olvide que fue Sheinbaum la entusiasta promotora del modelo que hoy critica. Ojalá no omita que las rentas suben porque los gobiernos bajan los brazos. Ojalá no use la palabra “derecho a la ciudad” como eslogan si no está dispuesta a enfrentarse a quienes la están vendiendo por partes.

¿Será otra ruptura con su antecesora y ahora líder máxima del país y de su movimiento? Al tiempo. Porque mientras los discursos se llenan de dignidad retórica, la ciudad expulsa a quienes la sostienen. Si todo queda en comunicados, pronto no quedará nadie que los lea.

La ciudad no se defiende a punta de boletines. Se defiende con leyes, con políticas públicas valientes y con una ciudadanía que no se resigna a ser turista en su propio hogar.

Compartir esta noticia
Redacción

Redacción