Por: Enrique Hernández Alcázar
Un año. Trescientos sesenta y cinco días desde la detención más insólita, silenciosa y estratégicamente encubierta del siglo narco en México. La caída-entrega-traición de Ismael “El Mayo” Zambada.
Hoy está preso. En Estados Unidos. En una cárcel federal de Nueva York, a la espera de un juicio que puede terminar con la sentencia más temida por cualquier capo: la pena de muerte. Y, sin embargo, nadie ha dicho cómo, ni cuándo, ni exactamente cómo es que cayó.
Porque esto no fue cualquier arresto. El Mayo no era solo un capo: era el mito viviente del narco. El fantasma. El que nunca había sido capturado. El cerebro operativo que sobrevivió al auge y caída del Chapo, al ascenso de los chapitos, al reacomodo sangriento del cártel. Hasta que todo cambió en julio de 2024.
¿Fue Joaquín Guzmán López, el “Güero”, hijo del Chapo, quien lo entregó? ¿Lo condujo personalmente hasta agentes del FBI en algún punto de Texas? ¿Fue un operativo pactado o una vendetta dentro del propio Cártel de Sinaloa? ¿Quién dio la orden? ¿Quién supo? ¿Y por qué ni México ni Estados Unidos han dado una explicación clara y oficial?
La narrativa gubernamental es un rompecabezas sin piezas. La emboscada fue ejecutada sin cámaras, sin conferencias de prensa posteriores, sin gloria para nadie. El Mayo fue citado en una finca en Culiacán, inmovilizado, trasladado a una pista aérea y volado a Texas. ¿Estuvo ahí el gobernador Rocha Moya? ¿Quién autorizó ese vuelo? ¿Quién lo monitoreó? ¿Cómo fue posible que ambos gobiernos se escudaran en el silencio?
Desde la prisión, Zambada asegura que fue secuestrado. Exige repatriación. La Fiscalía mexicana afirma tener pruebas. El gobierno federal acusa al chapito de traición a la patria. Estados Unidos calla. Y cuando el tío Sam hace mutis… es que algo protege.
Desde el 25 de julio de 2025, el Cártel de Sinaloa se desangra entre ellos y aterroriza a la población con su narcopandemia. Chapitos contra mayiza. El nuevo narco contra el viejo crimen organizado. Sicarios exhibicionistas contra operadores invisibles. Y en medio de esa guerra: traiciones, venganzas y una estructura que se tambalea, pero no cae.
Omar García Harfuch se atrevió a decirlo: “Los Chapitos y la Mayiza están debilitados”. Pero, ¿de verdad fue el Estado quien los debilitó? ¿O fue el Estado quien se aprovechó del quiebre interno?
Más de mil 600 homicidios registrados en Sinaloa desde la caída del Mayo. Así lo documentó Arturo Ángel, nuestro director editorial en sus #Expedientes en W Radio. ¿Eso es debilitamiento? ¿O es una guerra narcocivil disfrazada de éxito oficial?
La pregunta no solo es si el Mayo fue entregado. Es quién lo entregó, quién lo traicionó, quién dio esa orden, quién fraguó el plan maestro y cómo es que el FBI ya sabía que le llevarían en charola de plata un par de narcotrofeos.
Porque esa fractura no solo afecta a lo que queda del cártel de Sinaloa. Salpica a quienes los solaparon: políticos, militares, empresarios, funcionarios que apostaron por la protección de uno u otro bando. ¿Están nerviosos? Sí. ¿En peligro? También. Porque los pactos suelen romperse cuando algún líder cae.
Estados Unidos tienen en sus manos a dos chapitos y al Mayo. Los juzgará. Y como siempre, lo hará a su modo: sin exhibir a los bancos que lavaron el dinero en suelo gringo, sin tocar a los capos locales que distribuyen el fentanilo, sin mencionar a los aliados institucionales del narco mexicano del otro lado del Río Bravo.
¿Quién juzgará a los narcopolíticos mexicanos? ¿Quién explicará por qué el país dejó ir, sin control ni narrativa, la captura más importante de su historia reciente?
A un año de su caída, lo único cierto es que El Mayo está preso. Que enfrenta la muerte. Y que, junto con él, podría derrumbarse también una red de complicidades que aún no tiene nombres ni rostros. Pero que sabe perfectamente por qué El Mayo cayó en julio.
