Por: Enrique Hernández Alcázar

El verdadero inicio del mandato de Sheinbaum ocurrirá después de la revocación de mandato y de las elecciones intermedias de 2027. 

Hasta entonces, Morena seguirá siendo un partido dominado por el fantasma de su fundador. Un movimiento contenido en sus disputas fraticidas. Porque nadie quiere meterse con el gran tlatoani tabasqueño antes de ello o podrían sufrir una desbandada o ser víctimas del karma de no aparecer en los acordeones oficiales.

La pugna entre las alas claudista y andymanuelista ya no es una especulación académica, sino una batalla política en plena evolución. Por eso no es raro que la anécdota política de la semana haya sido la de ‘Andy’. 

Personajes morenistas, amigos y familiares cercanos le dicen ‘Andy’ a ‘Andy’. Se los pregunté directo, por diferentes vías, y la respuesta fue unánime. 

– “Siempre le han dicho ‘Andy’a Andrés chico”, me dijo un cercano.

– “Fue ‘Andy’ quien me invitó al movimiento en 2017’, me dijo una expanista.

A Andrés Manuel López Beltrán siempre le han dicho de cariño ‘Andy’. Pero ahora ‘Andy’ no quiere que lo llamen ‘Andy’. 

CIUDAD DE MÉXICO, 07DICIEMBRE2024.- Andrés Manuel López Beltrán, secretario general de organización de Morena, durante el cierre de la gira nacional de asambleas informativas y de afiliación por parte del Comite Nacional de Morena, evento realizado en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. FOTO: MARIO JASSO/CUARTOSCURO.COM

La advertencia no es para los suyos, ni para sus quereres. Lo que AMLO-B (por Beltrán) detesta es que sus adversarios, la oposición y los medios de comunicación tradicionales lo llamen en modo apodo, en diminutivo, en tono de burla. No es tampoco un ajuste de imagen personal. Es un reflejo de la crisis interna del partido gobernante tras las elecciones municipales en Durango y Veracruz. 

Mientras los resultados exhiben un retroceso electoral difícil de maquillar, la narrativa oficial prefiere distraer con anécdotas que poco aportan al análisis. 

El debut electoral de López Beltrán como secretario de operación de Morena en los comicios de Durango y Veracruz, fue complicado. Incluso, el hijo del expresidente se mudó a Durango dos meses antes de la elección y la abrazó como bandera para su primer operativo electoral. 

Perdió. Y ganó. Según los tricolores y el gobernador duranguense, fue la tercera derrota consecutiva que le propinan al partido guinda. Según ‘La Moreniza’, ganó -bueno, les hicieron fraude y una elección de Estado-. ¿Dónde he oído eso antes? 

“Pierde terreno Morena en los comicios de Veracruz y Durango”, se leía en el periódico La Jornada el mismo domingo 8 de junio en su edición en línea. La estrategia de evasión no puede ocultar lo evidente. Estamos viendo el reacomodo de fuerzas dentro de Morena rumbo a un año crucial. La lucha por el 2027 (año de la consulta revocatoria presidencial y de las elecciones intermedias) es real y está en marcha.

La historia reciente sugiere que los gobiernos en México no inician con la toma de protesta, sino con la consolidación de su propio poder. Si el sexenio de Vicente Fox comenzó después del desafuero de AMLO. El de Felipe Calderón cuando declaró la ‘guerra contra el narco’ para legitimar su apretada ‘victoria’ de 2006. El de Enrique Peña Nieto quizá fue el peor, porque empezó con su ‘Pacto por México’ y terminó poco después de su segundo año con la tragedia de Ayotzinapa y el escándalo de su ‘Casa Blanca’. 

Claudia Sheinbaum espera el arranque formal de su sexenio. Será en 2027. Hoy está el centro del forcejeo de las diversas fuerzas morenistas por apalancarse rumbo a ese año definitivo. La presidenta, además, enfrenta con más fuerza el mismo dilema que tiene desde el 1 de octubre de 2024: ¿romper de una vez por todas con su antecesor o mantener la continuidad de su legado como fachada para deslizarse al centro?

Lo ha hecho. A hurtadillas. 

El viraje más claro se expresa en la estrategia de seguridad de Omar García Harfuch. Su secretario estrella -no del todo aceptado por los ultras obradoristas– regresó a las detenciones, a los operativos cuerpo a cuerpo y a la captura de cabezas del crimen organizado. Pero niegan ruptura alguna aunque sea más que evidente el final del “abrazos no balazos”.

¿Podrá Sheinbaum construir camino propio sin traicionar a la 4T?
¿Permitirá el entorno político un verdadero quiebre?
¿Será el heredero de López Obrador quien mantenga su principado por mera inercia?

Las señales son ambiguas. Mientras el discurso oficial habla de continuidad, los ajustes internos y las disputas por espacios de poder dejan ver el inevitable desgaste de cualquier estructura política basada en el liderazgo de una sola persona. La política mexicana es cíclica, pero la necesidad de gobernar es inmutable. 

Sheinbaum tendrá que decidir entre el peso del pasado y la urgencia del futuro. El problema es que la historia no suele reconocer herencias políticas sin guerra o ruptura.

Ya veremos si el obradorismo avasalla sin Obrador.
Ya veremos si Andy logra ser Andrés… sin su padre en la boleta.

Redacción

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