Crónica
Casi medio día de un sábado en la colonia Roma, Alma y yo bajamos del Uber cansados de los corridos tumbados del chofer y a pesar de que fue un trayecto corto, fue ligeramente insufrible, quién sabe, tal vez sólo sea que ese día amanecí muy Playa Limbo. Afuera el barullo de la calle es abrumador, como lleno de extranjeros extraídos de “la extranjejería”, también hay puestos ambulantes de artesanías carotas y bonitas, y varios valet parking corriendo de aquí para allá.
Los “Team Calor” seguramente están felices con los irritantes más de 24 grados del momento, me paro a la sombra de un árbol en un camellón y busco el número 127 de la Calle Orizaba, ando buscando Macellería y por algún motivo imbécil pienso en el “Chelito” Delgado y su gol contra Jaguares. Un recorte, dos… tres, ¡golazo, perros! El espacio tiene una fachada bonita, se ve un lugar cool donde se antoja desayunar o echar desmadre con los amigos en la tarde.

“Tengo una reservación a nombre de Antonio Flores”, le digo a una chava de la entrada, nos mira un segundo y dice “Claro, ¿dos personas? Ahora vuelvo”. Instantes después llega un encargado que me recuerda a Don Hérmes Pinzón Solano y nos dice “¿Su reservación era a las 10 de la mañana, no?” Apenado le digo que sí, que se nos hizo poquito tarde “ya son las 12, sí me mamé”, pienso. Entramos y empieza la función gastronómica.
Hay mesas pegaditas, una barra bonita que huele harto a café tostado, muchos cuadros, una cocina abierta, pan recién hecho, iluminación tenue y al fondo, un hermoso cubo de luz que se eleva varios metros hacia arriba. Pasa un mesero con un pan francés y unas mimosas (Amimegustandesas), nos dan la mesa del cubo de luz y a un lado veo a unos argentinos que tienen un perrito que los mira como pordiosero, a todas luces es un tramposo.
Veo más arte pop, espejos y en las paredes del cubo de luz y un par de ventanas porfirianas pintadas de blanco. Miramos la carta y no pasa de los 300 pesos por persona, hay de todo, huevos, chilaquiles, croque madame, pan francés, hot cakes, molletes, emparedados, enchiladas, tostas, etc. Por sugerencia de una persona cuyo nombre no revelaré pero se llama Kenia López, nos pedimos el paquete de mimosas y bellinis ilimitados, un wafle de frutos rojos, molletes con tocino y un french dip, este último sí, por sugerencia de nuestro mesero.

Suena algo como Tame Impala y el ambiente es 10/10, se me antoja traer a mi jefa para su cumple, pasan platillos que se ven bien buenos y huele a pan recién horneado. Me acuerdo de cuando iba al Colegio México y pasábamos por una panadería que olía cañón a pan recién hecho, ahí frente a Jardin Pushkin, todavía existe de hecho. Las mimosas nos llevan a una conversación sobre periodistas y técnicas de manipulación masiva, pedimos dos cafés, el de Alma americano y el mío Latte con leche deslactosada porque soy ese señor que pide sus cosas deslactosadas.
Llega el wafle y a simple vista es como el Pedro Pascal de los wafles, desde que lo miras sabes que algo anda bien y de alguna forma te hace sentir seguro, se ve bonito pero sabes que lo mejor esta en su interior. Su esponjosidad, las frambuesas ácidas, las moras dulces y la cama de nata son espectaculares. Es ideal para compartir (pero si quieres no). Lo probamos y en efecto, Pedro Pascal hecho wafle, nos dura un parpadeo y ocurre ese momento en el que dos personas se dedican a comer, sin cruzar palabra ¿te ha pasado? Es un momento muy bonito en realidad. Llegan los molletes y el french dip…

Como buena gente que se dedica a la comunicación, antes de despedorrar el plato le hacemos una sesión de fotos y videos, que para su reel, que para su publicación… en fin. A simple vista los molletes son disruptivos porque vienen cortados como si fueran “pipshas”, en triángulos y con el tradicional pico de gallo. El queso desbordado, los frijoles apachurrados de olla express, el tocino en su prime y el pan crujiente son felicidad pura, casi como cuando Betty “la fea” conoce al francés en Cartagena, una delicia y otro platillo memorable de la Macellería. Definitivamente tengo que traer a mi jefa.

Viene el último platillo, recomendación de nuestro mesero que dicho sea de paso, es bien pilas, lo vemos de aquí para allá llevando platos y vasos y a cada paso pregunta si todo chill… y pues… todo chill de cojones. El french dip es una especie de torta en pan baguette con carne de cerdo y queso, así sin más, pero el secreto está en el dip, La dinámica es simple, sumerges tu emparedado en ese caldillo y pa´ dentro.
NAAAAAAMMBRREEEE, UNA VERDADERA CHULAAAADAAAA, como dice el influencer Hecho en México. No hay más palabras, es el obligado, el GOAT, el único, la bestia, el todas mías, la vena en la frente, el mero mero, el Gokú de los emparedados. No sólo cruje como las rodillas de Chicharito, sabe como se ve y tiene una dosis celestial digna del papa Francisco (QEPD).
Terminamos y otras mimosas y otros cafés ¡Gracias, padre santo, este es brunch del bonito! Estuvimos tanto tiempo ahí que ya se fueron varios comensales incluyendo el perrito tramposo, la cuenta estuvo decente y el servicio estuvo chilo. Afuera… siguen pasando güeros y ahora suena algo como The XX, ya van a ser las 2 de la tarde y sigue haciendo un calor terrible, cómo odio a los team calor.
¡Provechito!