La calenda: cuando Oaxaca sale a bailar

Si estás en Oaxaca y hay boda… prepárate para una calenda.

No es un “extra”, es el inicio oficial del festejo. Una procesión callejera llena de música, muñecos gigantes, mezcal y pura energía colectiva.

Se trata de una tradición oaxaqueña que mezcla raíces prehispánicas con elementos coloniales, viene del latín calendae, que en la antigua Roma era el primer día del mes: ese que marcaba los anuncios importantes.

Con la llegada de los evangelizadores en el siglo XVI, esta idea se transformó en Oaxaca en una procesión religiosa y festiva para anunciar las fiestas patronales, ¿El resultado?

Una explosión cultural que hoy forma parte del ADN de celebraciones como la Guelaguetza… y, por supuesto, las bodas. Una calenda es pura emoción en movimiento. Pasan muchas cosas. Todas al mismo tiempo y todas te sacan una sonrisa. Es color. Es celebración al máximo.

Las marmotas —enormes esferas cubiertas de tela, personalizadas con los nombres de los novios— giran al ritmo de la banda mientras encabezan el recorrido. Les siguen los icónicos monos de calenda: muñecos monumentales con forma de novios que bailan como si tuvieran vida propia.

Detrás, la banda hace vibrar el ambiente, mientras las chinas oaxaqueñas —mujeres que cargan en la cabeza canastas con flores naturales y símbolos cristianos— bailan y celebran al ritmo de la banda. El mezcal no puede faltar y se reparte en shots hechos de caña de azúcar.

El confeti vuela, y los fuegos artificiales anuncian que algo importante está pasando. La calenda no se monta para que “se vea bonito”. Se vive porque forma parte de la historia, de la comunidad y de las emociones colectivas.

Es un ritual que reúne a todos: novios, invitados, vecinos, turistas, niños, abuelitas, curiosos. Y en ese caminar lleno de ritmo, se celebra el amor, la vida y la cultura oaxaqueña con los cinco sentidos.

Una calenda no se explica, se vive, se siente y se honra. Caminar en medio de ella es sentirse parte de algo más grande, como si Oaxaca misma estuviera celebrando contigo.

Y eso —más allá de cualquier decoración— es lo que hace que una boda aquí se vuelva inolvidable. Es una bienvenida con toda la fuerza del lugar, un abrazo colectivo y un recuerdo que se queda grabado para siempre.

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Fernanda Aguilar Barragán

Fernanda Aguilar Barragán