Por: Enrique Hernández Alcázar
Otra vez Julión Álvarez. Otra vez la Visa. Y otra vez el cómodo silencio político ante una decisión que pica pero que no explica. El cantante chiapaneco volvió a los titulares tras la cancelación de su visa americana, obligándolo a posponer -eufemismo de cancelar con pena- un concierto Arlington, Texas, en Estados Unidos.
Ese mismo Julión que en 2017 fue vinculado por el Departamento del Tesoro con una red financiera ligada al narcotraficante Raúl Flores Hernández. Hace 8 años le congelaron cuentas y lo dejaron vetado del otro lado del río Bravo. Aunque fue retirado de la lista años después, sin disculpas ni explicación, el estigma siguió flotando como polvo de rancho en sus botas.
Pero esta vez el episodio no estuvo aislado. Como fue público y notorio, días antes le revocaron la Visa estadunidense a la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila, y a su esposo Carlos Torres. La Cancillería mexicana se enteró por redes sociales, y desde Palacio Nacional se respondió con evasivas, silencio y un cierre de filas tan automático como opaco. Como si las visas no hablaran, como si los sellos migratorios no gritaran verdades a medias.
¿Coincidencia? ¿Ajustes diplomáticos? ¿O una lista negra en plena actualización? Porque lo de Julión y Marina del Pilar podría ser la punta de un iceberg que mezcla política, espectáculo y señales cifradas. La revocación de Visas no es un castigo menor. Es una herramienta de presión, un mensaje cifrado que deja claro quién está bajo observación. Una forma de decir quién está bajo la lupa sin pasar por tribunales, sin presentar pruebas, sin abrir juicio.

En el caso de la gobernadora de Baja California, las especulaciones apuntan a investigaciones sobre huachicol fiscal y la cancelación de excavaciones en fosas clandestinas. En el caso de Julión, el fantasma de sus presuntos nexos con la maña lo sigue persiguiendo.
Y en esta niebla burocrática, la pregunta clave no es por qué se cancela una Visa, sino por qué se cancela ESA VISA, en ESTE MOMENTO y en ESTE CONTEXTO. Porque mientras Julión llena palenques y canta con sombrero al viento, allá en Washington alguien aprieta un botón y lo convierten en sospechoso sin expediente.
El problema no es la revocación en sí, sino la opacidad con la que se ejecuta. No hay acusaciones formales, no hay juicios, solo decisiones administrativas que afectan carreras, reputaciones y futuros políticos. A menos que sepan algo que no nos están diciendo de estos distinguidos mexicanos.

¿Es un asunto de seguridad fronteriza o es un tema de diplomacia moral? ¿Es acaso puro show electoral? No hay que olvidar que el silencio oficial es también una forma de decir: ‘yo ni los veo ni los oigo’. Aunque el mensaje sea claro: hay nombres tachados en la libreta del Departamento de Estado de las barras y las estrellas.
El gran público y la comentocracia se polariza entre el “déjenlo cantar” y el “por algo pasan las cosas”. Sin embargo, esto no va solo de especulaciones, espectáculos ni de permisos consulares. Va de poder, de señales diplomáticas, y de cómo se usa una Visa como herramienta para ordenar la fila y presionar al siguiente migrante.
Vaya postal fronteriza en tiempos de tarifas, rencillas y narcocorridos institucionales. Esta danza bilateral no distingue pedigree. Todos -políticos, artistas y gobiernos- bailan al son que les toca el tío Sam. Aunque lo nieguen.