Por: Enrique Hernández Alcázar
La ciudad de México ya no es la excepción. Hoy lo confirmo el crimen: la capital se convirtió oficialmente en territorio donde los balazos alcanzan a los funcionarios públicos. En hora pico y en plena Calzada de Tlalpan.

Ximena Guzmán, secretaria particular de la jefa de Gobierno Clara Brugada, y José Muñoz, asesor cercano, fueron ejecutados presuntamente por un sicario, quien huyó a pie, al filo de las 7 de la mañana. No en un pueblo lejano ni en una carretera desierta: en la zona centro-sur de una de las ciudades más vigiladas de América Latina.
Clara Brugada suspendió su agenda. La presidenta Claudia Sheinbaum confirmó los hechos y envió sus condolencias. Omar Garíca Harfuch, secretario de Seguridad Federal, recibió la información del atentado político en plena mañanera… mientras daba cifras de su exitoso plan de seguridad contra el crimen organizado.
¿Cómo un ataque de esta naturaleza se consuma con total libertad en una ciudad que presume tener la mejor policía del país, cámaras en cada esquina y policías en cada cuadrante?

Este no fue un crimen común. No lo fue por el contexto, ni por el perfil de las víctimas, ni por la estrategia con la que se ejecutó.
¿Fue un mensaje?
¿Fue un ajuste?
¿Fue una advertencia?
O las tres.
Lo que está en juego aquí no es solo la integridad de un equipo de gobierno, sino la fantasía de que la capital es una burbuja inmune a la descomposición nacional, a la ola de violencia que va de Sinaloa hasta Chiapas. Ya no lo es. Desde hace años, las cifras de desapariciones, feminicidios, extorsión y narcomenudeo venían anunciándolo. Pero lo de hoy es otra cosa.
¿Quién puede garantizar que no volverá a pasar? ¿Qué servidor público se siente hoy realmente seguro? ¿Qué señal se manda cuando el crimen organizado cruza la línea y mata a una asistente del poder político a plena luz del día?
No es la primera vez. En 2020, Omar García Harfuch fue atacado en Lomas de Chapultepec. Sobrevivió. Los mensajes fueron claros, pero la respuesta institucional fue más espectáculo que justicia. La violencia volvió a golpear, esta vez sin sobrevivientes.

La jefa de Gobierno está de luto. La presidenta en campaña. Y la ciudad desprotegida.
Ximena Guzmán y José Muñoz trabajaban cerca del poder, pero no eran personajes acaudalados o poderosos. Eran funcionarios públicos. Leales, ciudadanos. Hoy son nombres que se suman a la lista de víctimas de un país que se ha acostumbrado a las balas y al silencio.
La pregunta es: ¿y nosotras… y nosotros?
¿Seguiremos tratando estos crímenes como notas rojas?
¿Seguiremos actuando como si no nos tocaran?
¿Seguiremos creyendo que la Ciudad de México está a salvo y que es un crimen aislado?
Porque si a plena luz del día pueden ejecutar a dos funcionarios sin consecuencias, ¿qué nos espera al resto de los ciudadanos?