En el principio fue la alianza. Morena, ese Edén político fundado por el verbo de López Obrador, cobijó a sus hijos predilectos bajo la promesa de unidad, lealtad y transformación. Adán Augusto López Hernández, el tabasqueño de voz grave y temple de notario, fue uno de ellos. Eva, en esta parábola, no es otra que Claudia Sheinbaum, la presidenta que heredó el paraíso y ahora enfrenta la tentación de la ruptura.
La historia reciente, sin embargo, ya no es de manzanas sino de millones. Televisa reveló documentos del SAT que exhiben ingresos no declarados por casi 80 millones de pesos del líder de los senadores morenistas. La fuente: archivos fiscales de la administración Sheinbaum. ¿Fuego amigo? ¿Filtración institucional? La presidenta lo niega con firmeza: “Nosotros no andamos filtrando documentos, eso se acabó desde el sexenio anterior”, respondió.
Pero el pecado original ya está sembrado.
Adán, como en el Génesis, se defiende. Dice que sabe de dónde vienen los ataques. Que a cada santo le llega su capillita. Que no hay investigación en su contra. Pero las cifras no cuadran: declaraciones patrimoniales que reportan ingresos con depósitos multimillonarios. Ahora resulta que los liderazgos senatoriales son austeros en el discurso pero no en su vida privada profesional. Y en el fondo, Palacio Nacional solo tuvo cuatro palabras: “que aclare el senador”.
La caída del Edén se acelera con otro nombre: Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad de Tabasco, capturado bajo la directriz de Omar García Harfuch, el incondicional de Sheinbaum. Bermúdez, señalado por vínculos con La Barredora, aparece como sombra en el pasado de Adán, cuando este era notario y formalizó empresas ligadas a la familia del “Comandante H”, Héctor Pulido Guevara, hoy detenido en un penal federal. ¿Coincidencia? ¿Purga política? ¿Justicia selectiva?
La presidenta insiste: no hay fuego amigo. Pero en política, como en la Biblia, las negaciones no siempre salvan. El Edén morenista se fragmenta. El discurso fachada de la unidad a prueba de balas se resquebraja. Y la tentación de marcar distancia con los caídos se vuelve irresistible. Defenestrar a Adán proyectaría liderazgo, dicen algunos en Palacio. Pero también revelaría que el paraíso nunca fue tan puro.

La estrategia de la presidenta no es menor y tiene sus paradojas. Dar un manotazo desde la mesa del Poder Ejecutivo para que los propios dejen de meterle el pie otra vez. ¿Para qué? Para controlar al ‘movimiento’ aunque se arriesgue el legado de Andrés Manuel López Obrador. Para retomar el mando partidista aunque haya que darle un poco de pólvora seca a lo que queda de la oposición. Y, sobre todo, para pactar una tregua con la verdadera oposición, la que está dentro de Morena. Que nadie se vuelva a salir del corral.
Para preservar el relato presidencial todo apunta al sacrificio de piezas aparentemente menores. En esta historia, Eva no muerde la manzana. La ofrece. La coloca en la mesa de la opinión pública. Y espera que Adán la tome, se defienda o se hunda. Porque en el nuevo sexenio, la transparencia ya no es virtud: es narrativa.
Si el SAT no investiga, lo hará el periodismo. Si la Fiscalía no actúa, lo hará la sospecha. Porque en política, como en la Biblia, el pecado no solo es acto cometido. También está en el encubrimiento y la omisión.