Opinión | El pacto Ovidio-EE UU: mitos, certezas y rigor periodístico

Por Arturo Ángel Mendieta

El próximo 9 de julio Ovidio Guzmán López, uno de los hijos de El Chapo, detenido en México y extraditado en 2023 a los Estados unidos, se declarará culpable de múltiples cargos de narcotráfico, lavado de dinero, delincuencia organizada, tráfico ilegal de armas, y un largo etcétera. Para decirlo pronto, de ser uno de los máximos lideres de esa quimera de facciones aun llamada Cartel de Sinaloa.

En lo inmediato, lo hará para de evitar un juicio y una eventual sentencia que podría ser de cadena perpetua; y en el mediano y largo plazo para que los Estados Unidos le permitan no solo a él sino a varios integrantes de su familia seguir con sus vidas, con nuevas identidades incluidas, en territorio estadounidense.

¿A cambio de qué los fiscales de Trump darán su brazo a torcer? Del combo ya conocido que incluye: una victoria fácil sin pasar por el riesgo (y el gasto) de un juicio; una sentencia de prisión que aun cuando sea reducida no deja de ser prisión; un pago por decenas de millones de dólares por concepto de indemnización; y lo más importante… a cambio de sumar un soplón de muy buen nivel para procesos que ya estén en marcha, y para lo que venga.

Hasta ahí algunas certezas de este caso.

Desafortunadamente en los últimos días me he encontrado una cascada de mitos y señalamientos sin mucho (o nulo) sustento entorno al caso. Algunos provienen sencillamente del desconocimiento de estos procesos, pero otros son resultados de una obvia urgencia de exagerar o, por el contrario, cuestionar los alcances de un acuerdo de esta naturaleza.

El último de esos mitos encontró tierra fértil en el desacierto de varios medios y colegas respecto a un escrito que los abogados de Ovidio mandaron a Nueva York el 30 de junio. En dicho escrito Ovidio confirmó algo que en realidad ya se sabía desde un mes antes, cuando se canceló una audiencia previa: que deseaba declararse culpable en Chicago. Incluso el día y la hora de esa audiencia están agendados desde el pasado 6 de mayo. Durante más de un mes en mi espacio en W Radio hablé de ello. Y lo hicieron muchos otros. Por ello extrañé la falta de este contexto en las notas y la urgencia de “vender” como novedad que Ovidio estaba renunciando a defender su “inocencia”.

Pero el mayor desatino vino cuando se interpretó en diversas notas y cuentas de opinólogos y “analistas” que como parte de ese arreglo se le “retirarían” los cargos a Ovidio en Nueva York, lo que algunos incluso infirieron ya como una especie de “perdón” o absolución. No es así. Lo que los multicitados documentos referían es que Ovidio deseaba declararse culpable en la audiencia ya agendada (insisto semanas antes) no solo de los cargos que le imputaban en Chicago sino simultáneamente de los de Manhattan.

Esta petición se hizo en común acuerdo con los fiscales federales de ambas jurisdicciones. En consecuencia, el expediente en Nueva York se cerró, pero por un cambio de jurisdicción. La acusación, con los delitos acuestas, fue enviada a Chicago para que ahí pueda darse la confesión del hijo de El Chapo.

Lo anterior no es ningún tipo de trato privilegiado. El traslado de expedientes se hizo al amparo de la llamada Regla 20 del código procesal estadounidense que permite que cualquier persona acusada de delitos en dos jurisdicciones distintas, pueda declararse culpable de todo en una sola. Y ya está.

Mas allá de este fallo editorial de origen donde, insisto, creo que los medios y periodistas tenemos responsabilidad al no informar adecuadamente de los contextos, esto dio pie a una cadena de interpretaciones convenencieras según el interés político en turno.

Para los que desean ver a “la 4T” desplomarse, el susodicho “trato privilegiado” a Ovidio solo puede ser consecuencia de que ya está “empinando” a la gente del algún gobierno. Que ya ayudó a hacer una lista de los objetivos políticos de ahora. “¡Imagínense todo lo que ya está cantando… tiemblen en Morena!” dijeron algunos.

Para los que, en cambio, saben o temen que Ovidio mencione a algunos de los que hoy están en el poder, lo que sigue es la descalificación. “Miren como los gringos le dan impunidad a estos delincuentes… miren el trato privilegiado… eso no es justicia” dicen algunos. Otros añaden “aquí ponemos los muertos y allá premian a los culpables” repiten esos personajes.

Por supuesto, unos y otros olvidan – porque les conviene – que lo que pasa con Ovidio no es ni excepcional ni fuera de lo común. Narcos como él han recibido tratos similares en el pasado que le sirvieron a Estados Unidos en procesos como el de García Luna. Qué fácil es estar a favor de los narcotestigos solo cuando se utilizan con los de la casa de enfrente.

Valdría la pena que los “expertos” (y también los medios) recordaran el paralelismo obvio del caso de Ovidio con el de Vice te Zambada Niebla, hijo de El Mayo Zambada, otro líder de El Cartel de Sinaloa. “El Vicentillo” se declaró culpable ante la misma Corte federal en Chicago y se volvió testigo de los norteamericanos. Sus dichos forman parte de las pruebas de los procesos contra El Chapo o el referido García Luna.

¿Qué obtuvo El Vicentillo a cambio? Una pena reducida de 15 años de prisión y el pago de varios millones de dólares que, aunque no eran poca cosa, lo libraron de una cadena perpetua. A su vez, logró que a su familia y a él se les permitieran residir y trabajar en los Estados Unidos con nuevas identidades.     

Especular respecto a que puede estar diciendo Ovidio, o que dirá en el futuro, es un ejercicio un tanto inútil pero válido. Lo que me parece reprobable es que se haga sin dar los contextos y, peor aun, partiendo de premisas aventuradas o falsas como las que me ha tocado leer esta semana.

Sería ingenuo pensar que los propagandistas y los políticos no apuesten a la especulación y, de plano, a la mentira. Ha pasado aquí y en China, sin embargo, casos como el de los hijos de El Chapo y las obvias repercusiones que tiene la información sobre ellos (sino nada más vean lo que pasa en Sinaloa) deberían de ser un alicate a las ganas de jalar agua para sus molinos.

Es en estos casos donde el rigor periodístico debería estar presente no solo para no generar tierra fértil que alimente esas narrativas, sino para marcar una diferencia.

Rigor que, sin embargo, ha brillado por su ausencia.

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Arturo Ángel

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