Por: Enrique Hernández Alcázar

A horas de cumplir 16 años, mi hijo me escribió un mensaje anoche que me dejó sin aliento: “Pá, ando nervioso por el tema de Medio Oriente. Me da miedo”.

Pensé que bastaría una explicación sencilla. Me equivoqué. Le respondí con el viejo argumento geográfico: que ese conflicto está a miles de kilómetros, que no nos toca… y un emoji de corazones.

Su réplica, en cambio, fue más contundente que cualquier editorial: “Pero Estados Unidos está al lado”. Y sí. Es nuestro vecino. No solo en el mapa. En la política, en la economía, en la cultura y, ahora, en la guerra.

Ayer, el presidente Donald Trump anunció con tono triunfal que aviones estadounidenses bombardearon tres instalaciones nucleares en Irán: Fordow, Natanz e Isfahán. Lo hizo desde su red social, como si se tratara de una campaña publicitaria. Con sus tradicionales mayúsculas y signos de exclamación:

“¡AHORA ES EL MOMENTO DE LA PAZ!”, escribió después de lanzar bombas antibúnker sobre uno de los sitios más blindados del planeta. 

No fue Israel. No fue un sabotaje misterioso. Fue el Pentágono. El imperio.

¿Cómo llegamos hasta aquí?

El punto de quiebre fue el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás cruzó la Franja de Gaza y desató una masacre que incendió el tablero. Israel respondió con una ofensiva brutal sobre Palestina. Medio Oriente ardió, e Irán fue señalado como el titiritero detrás del conflicto.

Tel Aviv declaró la guerra a Hamás, pero sus radares apuntaban más lejos: a Teherán. Mientras los tanques arrasaban Gaza, al norte estallaban escaramuzas con Hezbollah. Para los estrategas israelíes, ganar esa guerra múltiple requería golpear el corazón chiíta.

Llegó 2024. Sanciones, drones, sabotajes. Cada semana, un “accidente” en una refinería iraní; cada mes, una falla en su red eléctrica. En junio, Israel bombardeó bases iraníes en Siria y rozó la frontera de Kermanshah.

Entonces Irán respondió. Con misiles sobre Tel Aviv y Haifa. El mundo contuvo la respiración. Netanyahu pidió respaldo a Washington. Y Trump —en campaña, con el reloj electoral encima y su base sedienta de guerra santa— dijo que sí. No solo lo respaldó. Lo celebró.

La escalada de 2025 comenzó con la operación israelí “León que asciende”: asesinatos selectivos de altos mandos iraníes y científicos nucleares. Irán respondió con una lluvia de misiles. La región, ya hecha cenizas, se convirtió en tablero de ajedrez atómico.

Trump amagó con mantenerse al margen. Luego intervino. Ordenó los ataques sin aval del Congreso y con una retórica que mezcla disuasión, patriotismo y cálculo electoral. No es nuevo su respaldo a Israel, pero esta vez cruzó una línea. Atacó directamente el núcleo del programa nuclear iraní, con la promesa de traer paz… a través del fuego.

La comunidad internacional reaccionó con alarma. La ONU advirtió: no hay solución militar que sustituya a la diplomacia. Irán prometió represalias “duraderas” y se reservó “todas las opciones”. Mientras tanto, en las calles de Teherán, la gente corre a los refugios.

Y en las calles de la Ciudad de México, un adolescente me pregunta si nos va a tocar la guerra. Lo entiendo. Tiene edad suficiente para saber que TikTok ya no es solo lipsync y bailes, sino también trincheras digitales. Sabe que lo que arde allá huele a pólvora, petróleo y apocalipsis.

Porque en tiempos de hiperconexión, la distancia ya no consuela. Las bombas caen allá, pero el miedo tiembla acá. En los chats familiares, en las sobremesas, en los titulares. Hemos perdido la frontera entre lo local y lo global. Y hemos perdido la capacidad de asombro. “Nuclear”, “Irán”, “Israel”, “ataque preventivo”… son palabras que ya no erizan como deberían.

Salvo al motor de mis días.

¿Qué le digo a mi hijo? Que tiene razón. Que el mundo está en un punto de quiebre. Que la política exterior entre potencias no es un videojuego. Que cuando un presidente lanza misiles sobre instalaciones nucleares, no solo desafía el derecho internacional: desafía toda lógica de supervivencia.

Y también le digo:

Feliz cumpleaños, hijo. Que el amor sea siempre nuestro refugio más seguro.

Redacción

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