Por: Enrique Hernández Alcázar
Nemesio Oseguera Cervantes está en la mira del gobierno de Estados Unidos.
El Mencho no sólo está bajo los reflectores de Washington como el capo de uno de los cárteles más violentos y expansivos de México, sino como objetivo de una nueva ronda de sanciones por terrorismo y narcotráfico. La OFAC —la poderosa Oficina de Control de Activos Extranjeros del Tesoro estadounidense— congeló bienes e impuso restricciones financieras contra cinco líderes del Cártel Jalisco Nueva Generación. Incluyendo a su jefe máximo.
La gota que derramó el vaso: el asesinato de la influencer mexicana Valeria Márquez, a sangre fría y en plena transmisión en vivo de redes sociales. EEUU lo leyó como mensaje mafioso, un ritual de intimidación y un síntoma de la escalada de violencia mexicana. Una acción brutal —de esas que retratan mejor que cualquier infografía la lógica de dominio del CJNG— convertida en catalizador diplomático.
Pero en México, la historia se entrelaza con otras heridas abiertas. El CJNG no es nuevo en esto. El viernes 26 de junio de 2020 intentó asesinar a Omar García Harfuch en Paseo de la Reforma, con una emboscada digna de zona de guerra. Y dos años y medio después, el jueves 15 de diciembre de 2022, ocurrió el atentado fallido contra Ciro Gómez Leyva. La Fiscalía ya tiene sentenciados, y entre sus declaraciones resuena una afirmación explosiva: que fue El Mencho quien dio la orden de matar al periodsita.
La pregunta incómoda es: ¿estas sanciones de Estados Unidos son parte de una estrategia real para desarticular al CJNG o mera retórica geopolítica? Porque no es la primera vez que se designa al cártel como una amenaza continental. Desde hace años está en las listas negras de narcotraficantes y organizaciones terroristas. Pero Oseguera Cervantes sigue libre, vivo y expandiendo sus operaciones en al menos 23 estados del país, según datos de la propia DEA.
La narrativa oficial en Washington repite que “no hay lugar donde esconderse”. Suena bien, pero al tiempo en que el gobirerno de Trump sanciona y México guarda silencio, las redes del CJNG no sólo sobreviven: se diversifican. Fentanilo, huachicol, trata, extorsión. El cártel muta. Se adapta. Aprende. Y en muchos territorios, sustituye funciones del Estado.
Es de resaltar que la voz de autoridad más contundente contra este grupo criminal provenga de un despacho en el Capitolio y no de Palacio Nacional. Que sea el Tesoro de otro país, y no nuestras fiscalías, el que le ponga nombre y apellido al terror. Que el mensaje más firme contra la violencia venga, una vez más, desde fuera.

“Puede que sea propaganda trumpista”, me alerta un colega entrañable. Sí. Puede ser que Estados Unidos también esté jugando su propio ajedrez electoral. Que use el combate a las drogas sintéticas y a la violencia del narco mexicano como fichas de su tablero. Pero si esa propaganda ayuda a frenar un poco el paso de un cártel que asesina frente a cámaras, atenta contra periodistas y embosca secretarios de Seguridad en plena Ciudad de México, entonces quizá valga más que el silencio local.
Mientras tanto, El Mencho sigue ahí. En los mapas de la DEA, en las calles de México, en las listas del Tesoro. Sancionado, pero impune. Señalado, pero libre. Porque el CJNG no necesita comunicados oficiales para mandar mensajes. Mata en vivo. Mata en directo. Mata para que todos lo vean. Y esa lógica de espectáculo, de violencia mediática, está pensada para sembrar miedo y demostrar control. Como lo hacen los terroristas.
El Mencho está en la mira del gobierno de Washington.
Y eso podría ser mera propaganda.
Ya veremos.