Por: Enrique Hernández Alcázar
Como si no tuviéramos suficiente en este H. planeta, una nueva guerra está a punto de provocar el infierno en el ya ardiente polvorín de Medio Oriente.
El ejército israelí lanzo un ataque unilateral contra el régimen de Teherán. Irán respondió a el ataque que le costó la muerte del hombre más poderoso de ese país, solo después del Ayatola y del presidente: el comandante de la Guardia Revolucionaria, Hossein Salamí.
Israel e Irán, enemigos históricos y potencias bélicas regionales, cruzaron por primera vez una línea roja. Y como en toda confrontación entre naciones con vocación mesiánica y con liderazgos corroídos por la ambición de poder y la corrupción, esta tragedia no se medirá solo en misiles, sino en verdades mutiladas.
¿Por qué Israel atacó primero? Su primer ministro, Benjamín Netanyahu, está más debilitado que nunca. Lo mismo enfrenta protestas internas que acusaciones de corrupción y una fractura social internacional tras su cruenta ofensiva contra Gaza y Palestina. Pero, como todo viejo halcón, sabe que la guerra patriotera le puede hacer ganar rating. Agitar el fantasma de un enemigo exterior le puede dar buenos réditos a cortísimo plazo. Vamos, apostó de nuevo por el gran e infalible anestésico nacional.
Por otro lado, el régimen iraní, encabezado por una élite fundamentalista que se niega a mostrar señales de flexibilidad, no solo es una amenaza regional, sino global.
La negativa a pactar un desarme nuclear y su inquebrantable apoyo a grupos como Hamas y Hezbolá, que perpetuan un ciclo de violencia en la zona, coloca a Irán en una posición igualmente difícil de defender. La retórica islamista que invade las declaraciones del gobierno de Teherán no está hecha solo para exportar una ideología fundamentalista, sino también para asegurar su supervivencia política interna.

Como Israel, Irán se juega sus propias cartas con la esperanza de que un conflicto prolongado permita reforzar su régimen. La pregunta que surge es: ¿hasta qué punto la lógica de supervivencia de estos regímenes puede poner en riesgo a la misma nación que dicen defender?
Mientras los líderes islámicos y sionistas —élites desconectadas y embaucadoras de sus propios pueblos— promueven una agenda de poder nuclear sin límites y a conveniencia, sus gobiernos ignoran las necesidades reales de sus gobernados: gente que está harta de la guerra y de las repercusiones de políticas exteriores tan extremas, tan bullys.
Estamos frente a un enfrentamiento militar de poder a poder. El choque de dos regímenes que, en los hechos, retrasarán la paz para jugar con la vida de millones como si fueran fichas en un tablero de ‘Shesh Besh’. Como en una partida de “Takhteh”. Como un verdadero Backgammon de la muerte.
Se enfrentan rivalidades con décadas de historia, odio y venganza política mutua. El resultado, lo sabemos, será la destrucción de infraestructuras, el encono exacerbado y la sangre inocente derramada bajo el eufemismo de las bajas colaterales de siempre.
La verdadera batalla está en sus patios traseros. Lo que veremos en el escenario internacional es el último reflejo de dos descomposiciones internas.