Por: Enrique Hernández Alcázar

Hubo un tiempo en que la presidenta Claudia Sheinbaum y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación marchaban codo a codo y en la misma dirección. En las plazas públicas y las reuniones estratégicas, sus voces coincidían en denunciar los excesos del neoliberalismo educativo, exigiendo una reforma que pusiera la educación en manos del magisterio, no del mercado. Pero las alianzas, como el amor para José José, acaban.

Hoy la CNTE no solo bloquea en protesta las televisoras, las oficinas de gobierno y grandes avenidas, sino que amenaza con un boicot contra las elecciones judiciales del próximo domingo. A su entender, el gobierno de Sheinbaum ha incumplido sus propias promesas de campaña para los trabajadores de la educación, particularmente la abrogación de la reforma a la Ley del ISSSTE de 2007. 

¿De dónde viene esta fractura? ¿Cuándo dejó de ser Sheinbaum una aliada del magisterio disidente para convertirse en su adversaria?

El distanciamiento comenzó cuando la CNTE entendió que los grandes discursos sobre la “transformación educativa” no eran más que un espejismo burocrático. Promesas de eliminación de evaluaciones punitivas quedaron en papel y los aumentos salariales -anunciados con bombo y platillo por la presidenta en pleno 15 de mayo- no compensaron la precarización laboral que el magisterio sigue enfrentando.

En Palacio Nacional, la interlocución se deterioró. Andrés Manuel López Obrador, antaño aliado del movimiento, se mostró menos receptivo a las exigencias radicales de la CNTE. Con Sheinbaum en la antesala del poder presidencial, las tensiones se profundizaron. El magisterio percibe que el cambio prometido se convirtió en un ajuste administrativo más, sin la transformación estructural que esperaban. Apenas ayer Sheinbaum reveló que fue el propio magisterio quien la plantó el 8 de mayo.

Sheinbaum, por su parte, no tiene margen para ceder. En su búsqueda por afianzar el control sobre los grupos que históricamente han sido críticos con el oficialismo, su estrategia ha sido clara: contener las protestas, minimizar su impacto mediático y construir una narrativa en la que la CNTE se muestra como un actor que lejos de querer el diálogo y la democracia, busca obstaculizarlos.

Pero la CNTE no se dejará marginar. Su amenaza de boicot a las elecciones judiciales es una jugada de alto riesgo que busca presionar al gobierno y exhibir el descontento de sectores clave. Si el sabotaje se masifica y se materializa, la contienda por los cargos en el Poder Judicial tendrá un ingrediente inesperado: la resistencia magisterial como factor disruptivo.

Sheinbaum sabe que enfrentar a la CNTE tiene costos, pero también ventajas. La ruptura le permite presentarse como una líder capaz de poner orden ante grupos radicales, una figura que no cede ante presiones corporativas. Pero si la disidencia magisterial logra articular una ofensiva política efectiva, el gobierno podría perder el respaldo de un sector que, aunque incómodo, ha sido fundamental en las batallas contra la derecha.

La pregunta no es si Sheinbaum logrará contener a la CNTE, sino cuánto daño puede ocasionarle esta ruptura en el corto plazo. Si los bloqueos y movilizaciones escalan, el costo político de la confrontación será alto. Y si el boicot a las elecciones judiciales se materializa, la tensión entre el magisterio y el gobierno podría convertirse en uno de los episodios más determinantes de los primeros meses del sexenio.

Porque en política, los aliados de ayer pueden ser los adversarios de mañana. Y en este duelo, ni Sheinbaum ni la CNTE quieren ceder terreno.

Redacción

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